El encuentro con un ángel puede parecer un milagro lejano, pero para algunos, representa una realidad tangible de consuelo y revelación. En este relato, un padre afligido es guiado por un ángel hacia una visión que cambia su percepción del duelo y el más allá.
Cómo afrontar la pérdida de un hijo con fortaleza y esperanza
En una época pasada, en un mundo no tan distinto al nuestro, vivía un hombre marcado por el dolor más insoportable: la pérdida de su hijo. Las noches, para él, eran un recordatorio constante de la ausencia y sus lágrimas fluían sin cesar, esperando la luz del alba.
Sin embargo, una noche, las sombras de su sueño se disiparon al encontrarse con una figura etérea: un ángel, quien le habló con voz suave pero firme: — Es suficiente.
— No logro aceptar la idea de que jamás volveré a verlo — murmuró el hombre con un susurro ahogado.
El ángel, con mirada comprensiva, le preguntó: — ¿Deseas reencontrarte con él?
Con un gesto, el ángel tomó su mano, elevándolo por los aires, hacia los dominios celestiales. — Aquí, pronto lo verás. Aguarda —le indicó.
Un sendero luminoso se desplegó ante ellos, y por él, desfilaban jóvenes figuras, ataviadas con vestiduras inmaculadas, alitas delicadas y sosteniendo una vela encendida, representando la eterna pureza de sus almas.
El hombre, impresionado, inquirió: — ¿Quiénes son?
El ángel, con voz serena, le respondió: — Son los niños que han cruzado al otro lado en tiempos recientes. Cada día, nos acompañan en este recorrido, pues su esencia es pura.
— ¿Podré ver a mi hijo entre ellos?
— Sí, en breve lo harás.
Mientras cientos de almas desfilaban, el ángel señaló hacia adelante: — Ahí viene.
El rostro del hombre se iluminó al reconocer a su hijo, pero un detalle le perturbó: su hijo era el único que portaba una vela sin luz. El dolor lo embargó, al ver esa pequeña diferencia entre él y los demás.
Entonces, el joven lo vio, y con una sonrisa, corrió hacia él, envolviéndolo en un cálido abrazo. Con voz entrecortada, el hombre preguntó:
— Mi querido, ¿por qué tu vela permanece sin luz? ¿Acaso no la encienden como a las demás?
— Lo hacen, papá, todas las mañanas. Pero… cada vez que cae la noche, tus lágrimas apagan la mía.
Al finalizar este conmovedor relato, nos quedamos con una visión del más allá llena de luz y amor. Las almas de los niños, puras y eternas, simbolizan la inocencia y la esperanza que continúa brillando, incluso cuando enfrentamos los desafíos más grandes de nuestra vida.