La leyenda de la mata-mujer, el árbol singular de la Isla de Margarita
La Isla de Margarita, en Venezuela, sigue conservando atractivos turísticos que llaman la atención de visitantes nacionales y extranjeros. Uno de ellos es un árbol singularmente conocido como la «mata-mujer».
Este árbol, de la variedad «mara», era comúnmente utilizado para fines medicinales en la medicina empírica local. Las conchas o corteza eran usadas para purgantes, las hojas para cataplasmas en inflamaciones y la resina para elaborar plantillas que se colocaban en la barriga de los niños con el fin de reducir la inflamación.
La «mata-mujer» se encuentra cerca de la población de «El Salao» de Paraguachi, en el municipio Antolín del Campo. Al igual que otros árboles en la isla, ha sido moldeada por las inclemencias del tiempo y los fuertes vientos que azotan constantemente la región.
Sin embargo, a diferencia de otros árboles, la «mata-mujer» ha adquirido una forma muy particular que se asemeja a la figura de una mujer.
Su follaje tupido, tronco y ramas conforman una figura femenina con una «mara» en la cabeza, piernas semidobladas, caderas pronunciadas, busto prominente y brazos alzados como quien trata de aliviar una carga en la cabeza.
A pesar de que esta singular forma se atribuye a la sabia naturaleza, algunos habitantes, principalmente los más ancianos, creen que se trata de un castigo divino por una irreverencia cometida en tiempos muy remotos.
Según la leyenda, había una familia de negros que había llegado de alguna parte y se había instalado en la cima de una colina cercana, donde cultivaban la tierra. Estos negros no creían en Dios ni aceptaban lo que predicaban los frailes y se burlaban descaradamente de las festividades religiosas.
Durante las festividades del Santo Patrono San José, mientras los feligreses elevaban preces al Todopoderoso, fueron interrumpidos por el sonido infernal de tambores.
La algarabía se tornó tan intensa que los fieles perdieron la paciencia y, en turbas desenfrenadas lideradas por el Jefe Civil, el Sacristán y hasta el Señor Fraile, se dirigieron hacia el lugar de la desobediencia. Guiados por la sonoridad de las voces y los instrumentos, se dividieron en grupos y recorrieron los contornos hasta acorralar a los profanos en un sitio plano. Pese a las súplicas y ruegos de los infractores, estos se negaron a poner fin a sus imprudencias.
Ante la irreverencia, los líderes religiosos se vieron obligados a castigar a los profanos con látigos. En ese instante, una nube negra ocultó la luna, como si quisiera cerrar sus ojos para no ser testigo del castigo que estaba siendo aceptado por Dios.
Entre los castigados se encontraba una joven negra y esbelta que marcaba el compás con sus caderas y pechos descubiertos mientras sostenía una mara llena de frutos y flores de la tierra. Cada fruto era lanzado uno a uno al aire en señal de degradación. Sin embargo, ella no lanzó ni una sola queja, ni derramó una lágrima, ni mucho menos esquivó los azotes.
En un momento en que la luna volvió a ser resplandeciente, los líderes religiosos se dieron cuenta con asombro de que todos los negros habían desaparecido, excepto la joven negra. En un santiamén, ella se había transformado en una «mata-mujer», con la mara en la cabeza y las marcas del castigo en su piel.
Desde entonces, la historia de la «mata-mujer» se extendió de boca en boca por toda la Isla de Margarita.
El Valle de Santa Lucía: la leyenda de Colón en tierras venezolanas
Según cuentan algunas voces y otras más se comentan, parece ser que Cristóbal Colón y su tripulación fueron los primeros navegantes del «Viejo Mundo» en pisar la Paraguachoa de los Guaiqueríes, mucho antes que Alonso de Ojeda, Alonso Niño y Cristóbal Guerra, a quienes se les atribuye ese privilegio.
La leyenda, que se ha transmitido de forma oral de generación en generación, afirma que el Almirante, aquejado por una enfermedad en los ojos, se vio obligado a atracar en una isla que había divisado el 15 de agosto de 1498 o 1495, en busca de alivio a sus males mediante plantas medicinales y aguas curativas, como era costumbre en aquel entonces.
Al pisar tierra y lavarse los ojos con el agua cristalina de un arroyo que corría hacia el mar, sintió una mejoría inmediata que lo llevó a explorar la región, siguiendo siempre el curso del arroyo.
Así llegó a un valle rodeado de exuberante vegetación, flores, fauna y frutos silvestres en abundancia, lo que dejó a todos asombrados. Allí encontró a los pacíficos nativos, quienes le comunicaron mediante señas que al lavarse con las aguas del arroyo y contemplar la majestuosidad de su entorno, desaparecían todos los males de los ojos.
Aunque esta historia no está respaldada por fuentes históricas, se ha mantenido viva en la memoria popular, convirtiéndose en una leyenda que ha pasado de boca en boca durante siglos.
El Almirante, totalmente recuperado y asombrado por la belleza del lugar, recordó a Santa Lucía, protectora de los enfermos de los ojos en su fe y creyó que aquel valle podría ser su morada espiritual.
Bautizó la zona, rodeada de verdes colinas que se extendían ante su vista clara, y que los nativos llamaban «tierras de Cupey», como el «Valle de Santa Lucía en el Paraíso del Caribe de la Tierra de Gracias».
Es posible que en aquel momento, el riachuelo de Cupey, que hoy se conoce como La Asunción, tuviera un caudal mayor debido a las lluvias recientes que habían reverdecido el ambiente. Estas lluvias, que se conocen como «veraneras», siguen contribuyendo hoy en día a fortalecer una de las dos cosechas que se dan en algunos años en la región.
Aunque esta historia tiene un carácter legendario y no está respaldada por evidencias históricas, forma parte del imaginario popular y ha contribuido a la riqueza cultural de la región.
El Valle de Santa Lucía, con su exuberante belleza natural y su historia legendaria, es hoy en día un lugar que atrae a turistas y visitantes que buscan descubrir los tesoros de esta hermosa región de Venezuela.