Iguana que habla a Gabino: una leyenda margariteña sobre el respeto a la religión
La leyenda de la iguana que habló a Gabino es una historia que se ha transmitido de generación en generación en la tradición margariteña durante cientos de años.
Cuenta la historia de un hombre llamado Gabino, un mestizo terco e incrédulo que no creía en Dios ni en el Diablo. Gabino era un personaje enigmático que se movía por la isla sin un lugar de origen o trabajo conocido.
A medida que pasaba el tiempo, la gente de la isla comenzó a sentir recelos hacia Gabino debido a su actitud desafiante ante las creencias y las tradiciones. En particular, se le temía al Viernes Santo, un día en el que se creía que cualquier actividad mundana podría llevar a la condena.
Un Viernes Santo, Gabino decidió ir al monte para cazar. Allí se encontró con una enorme iguana, con una apariencia única y una barriga tan grande que parecía estar cargando huevos. Sin pensarlo dos veces, Gabino la capturó y se preparó para matarla y cocinarla en una hoguera que había preparado en una lata.
Sin embargo, justo antes de darle el golpe de gracia, una voz misteriosa le habló a Gabino, diciéndole que no lo hiciera porque era Viernes Santo. La voz provenía de la iguana, que desapareció sin dejar rastro. Gabino regresó a su pueblo temblando de miedo y con fiebre, contándoles a todos lo que había ocurrido.
Esta leyenda se ha convertido en una parte importante de la cultura margariteña y se ha transmitido de generación en generación como una advertencia sobre la importancia de respetar las tradiciones y creencias de la comunidad.
Además, esta historia también destaca la conexión y el respeto que la gente de la isla tiene hacia la naturaleza y los animales.
Mantente y el trapiche del diablo: una leyenda de la Isla
En el pueblo de Tacarigua vivía Mantente, un hombre negro de origen africano, corpulento, nariz chata y pelo canoso. Llegó allí con un grupo de macanagüeros, a menudo afines al gobierno.
Después de perder una refriega debido a la falta de baquianos, Mantente se estableció como agricultor en el pueblo, encontró esposa y comenzó a trabajar la tierra. A pesar de no tener hijos propios, todos los habitantes del pueblo se consideraban parte de la familia de Mantente.
Con el tiempo, Mantente construyó una casa de palos en una colina y empezó a cultivar guandules, frijoles, yucas, plátanos y caña. Sin embargo, no se le permitió plantar árboles frutales, para evitar tener que pagarle si la cosecha fracasaba.
Un día, Mantente decidió reemplazar su trapiche de una palanca, que según se rumoreaba, era usado por el diablo, por uno de tres mazas que le permitiría beber más guarapo. A pesar de la oposición de su esposa, quien era muy supersticiosa, Mantente continuó con su plan y comenzó a moler caña de azúcar.
Un Viernes Santo, mientras todos los demás campesinos guardaban el día con solemnidad, Mantente ató a su burra al trapiche y la golpeó para que comenzara a trotar. Comenzó a moler caña y a escuchar el sonido del guarapo cayendo en la cazuela.
Sin embargo, de repente, el gabazo comenzó a salir por la maza del otro lado sin que él lo estuviera ayudando. Mantente creyó que estaba moliendo con el diablo y corrió a su casa temblando de fiebre.
Un campesino que pasaba por allí escuchó su confesión y rápidamente corrió la voz por todo el pueblo. La gente estaba aterrorizada y comenzó a pedir perdón a Dios por la herejía. Ni Mantente ni su esposa se atrevieron a mirar hacia atrás del trapiche y la burra se quedó allí plantada, incapaz de moverse.
No fue hasta el día siguiente que alguien se atrevió a acercarse al trapiche y descubrió que el gabazo se había enredado en las mazas, lo que explicaba lo sucedido. Sin embargo, el rumor de que Mantente había molido con el diablo persistió durante mucho tiempo en el pueblo, lo que lo convirtió en una leyenda local.
Las leyendas de ballenas en la Isla de Margarita: mitos y realidades del peligro en el mar
Una leyenda popular entre los habitantes de la Isla de Margarita en tiempos pasados, giraba en torno a la vida de las ballenas.
Los ancianos solían afirmar que el mar era un ser vivo, que se movía constantemente y que sabía cuándo se acercaban las lluvias y los vientos para enfurecerse y arrojar todo lo que no le convenía a sus playas.
Asimismo, se decía que las ballenas eran los mayores peligros para los navegantes, ya que al emerger podían hacer naufragar barcos de todos los tamaños.
Estos animales eran considerados monstruos de enormes proporciones, cuyo tamaño no tenía comparación alguna en la superficie terrestre, pareciendo más bien cerros flotantes.
Se aseguraba que su hambre era insaciable y que para alimentarse, abrían sus bocas gigantes y se tragaban todo lo que encontraban, incluyendo barcos y tripulaciones enteras.
Se contaba la historia de un profeta que una vez fue tragado por una ballena junto con toda una nave cargada de flete y tripulación. Mientras los demás pasajeros se atemorizaban, el profeta permanecía tranquilo, y se dedicaba a cortar pedacitos de hígado del animal con un cuchillo que llevaba en la cintura, para amortiguar su hambre.
Con el tiempo, el animal fue debilitándose y murió varado en una playa, donde la gente acudió armada con hachas, machetes y cuchillos para descuartizarlo y aprovechar su aceite para hacer jabón y velas.
Cuando comenzaron a cortar la ballena, escucharon una voz proveniente de su interior, que decía “no den muy duro que yo estoy dentro”, una y otra vez.
Luego de escucharla varias veces, comprendieron que la voz salía de las entrañas del animal y comenzaron a picar con cuidado hasta que lograron sacar con vida al profeta. Este, al ver la luz del sol nuevamente, dio gracias a Dios y maldijo a las ballenas, reduciendo su garganta para que no pudieran tragar barcos enteros.
Aunque esta leyenda puede parecer exagerada en la actualidad, en tiempos pasados, las ballenas eran animales poco comprendidos y temidos por su gran tamaño y ferocidad.
Hoy en día, gracias a la investigación y a la divulgación, sabemos que estos mamíferos marinos son animales fascinantes y que merecen nuestro respeto y protección.