En este espíritu fraterno de exaltar las correspondencias, el profesor de estudios islámicos de la Universidad de North Carolina, Omid Safi, ha escrito una meditación musulmana sobre el Viernes Santo y la Resurrección.
La resurrección de Cristo desde la óptica Islámica
Safi aclara que su interés en la Semana Santa y en la teología de estas fechas no tiene que ver obviamente con los huevos de chocolate y el Conejo de Pascua, ni tampoco en la conexión entre la Pascua y los ritos ancestrales de fertilidad (para los interesados aquí una relación pagana y orgiástica de esta fecha).
Le interesa lo que el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección nos pueden enseñar del sufrimiento, la muerte, la vida, el espíritu y el triunfo.
La Resurrección en el Corán
Hay que señalar que en El Corán se hace mención de la Resurrección de Jesucristo pero como un evento futuro, al final del tiempo.
Esto no es lo más relevante para Safi que elige el camino de entender los valores de una historia, aquellos patrones que se repiten. Para incluir a otra importante religión, en los Vedas se dice: “el mundo es como la impresión que deja una narración”.
Las cosas que nos contamos guían nuestra existencia y la transforman. Algunas narraciones nos hablan de algo a temporal, que habla a todos los hombres.
— La redención es tan dulce porque el sufrimiento es tan real, dice Safi. La celebración de la Semana Santa no puede separar la muerte de la resurrección:
— He visto que hasta cierto punto el sufrimiento es necesario para cualquier camino espiritual. Tengo mis suspicacias de aquello caminos espirituales que prometen la alegría inmediata… sospecho de los maestros espirituales que prometen el ‘evangelio de la prosperidad’ o de la ‘felicidad’, porque me pregunto cuánta compasión tienen de aquellos que son pobres y de quienes verdaderamente sufren.
Lo cual es un poco como desestimar la espiritualidad new age y la literatura de auto superación.
Safi nos cuenta una historia didáctica
Una vez una persona se acercó al profeta Mahoma y le dijo “Oh, mensajero de Dios, te amo”. El profeta le contestó: “Entonces ve y ponte tu armadura de guerra, porque seguramente seguirá la aflicción”.
Es parte de la vida y de sus pruebas que las cosas cambian y deberemos luchar por el amor, en altos y bajos, en un mundo tejido de sufrimiento.
— Nuestro Dios es el igualmente el Dios de la Crucifixión que el Dios de la Resurrección, el Dios del valle más bajo que el Dios de la montaña más alta, y el Dios de los espacios intermedios –en los que vivimos la mayor parte del tiempo, dice Safi con cierto fervor.
Esto mismo puede aplicarse sin una fe religiosa: congruencia en la forma en la que actuamos y amamos, no sólo cuando es fácil y bonito, o cuando los extremos lo exigen, sino con sostenida dedicación a nuestros principios.
De la misma forma que se dice que Jesús pasó tres días en la tumba, la mayoría de nosotros pasa su vida en la tumba metafórica de la existencia. Estamos en medio de un vientre y una tumba.
La mayoría de nosotros yace en este estado intermedio, los tres días cósmicos en los que todos nos encontramos: no muertos, y tampoco resucitados.
Hay un aspecto en el sufrimiento que nos conecta con la matriz de toda la humanidad. “Nuestro sufrimiento está conectado porque la humanidad ya está conectada. Somos parte del mismo atavió que es la humanidad, entretejidos en una red inescapable de mutualismo”.
Safi, siguiendo al místico sufí Rumi, observa en las historias religiosas aspectos del alma o de la psique del individuo, de la misma forma que Joseph Cambell veía en los mitos los sueños colectivos de la humanidad.
“Rumi siempre nos pide que veamos a la figuras bíblicas no como personajes distantes, sino como figuras correspondientes a las facultades de nuestros propio espíritu. Reconoce que en la historia de Moisés y el Faraón hay algo en nosotros tiránico como el Faraón y hay algo que corresponde a Moises”.
¿Que hay de la historia de Jesús en ti?
¿Que hay de la muerte y de la resurrección? O, ¿qué debe de morir para que puedas renacer?
— Hay algo divino en nosotros, aunque no ha surgido aún. Esa llama divina, el Jesús del Alma, permanece sin renacer. Safi cree que es necesario reconocer ese dolor, esa añoranza para emprender el camino místico: el nacimiento esta acompañado de cierto dolor. Sacudir lo viejo y decrépito produce crisis y temor.
Esto es en lo que nos pide meditar Omid Safi: en la belleza y la revelación de la historia de Jesucristo. La eterna historia del héroe que muere sacrificándose por los demás o por algo que lo trasciende.
Algo de esto podemos aplicar en nuestra vida, en nuestros mundos menos épicos, lidiando con nuestras enfermedades y con nuestros seres queridos. Saber morir, dejar morir. En verdad que sólo aquel que muere y vive otra vez puede conocer la paz, de lo eterno o de lo cotidiano.
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