Aprender a perdonar

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Colocar cimientos firmes es posible sobre la base del perdón. Pienso que todos tenemos tanto que perdonar en nuestra vida… Normalmente tapamos esos sentimientos negativos que nos molestan. Los miramos un rato, los sufrimos y luego queremos olvidarlos.

¡Qué importante es aprender a perdonar!

¿A quién tenemos que perdonar? ¿Qué tenemos que perdonar? Comenta el Papa Francisco:

«El perdón es vital para nuestra salud emocional y sobrevivencia espiritual. Sin perdón la familia se convierte en un escenario de conflictos y un bastión de agravios. Sin el perdón la familia se enferma.

El perdón es la esterilización del alma, la limpieza de la mente y la liberación del corazón. Quien no perdona no tiene paz del alma ni comunión con Dios. El dolor es un veneno que intoxica y mata. Guardar una herida del corazón es un gesto autodestructivo.

Es autofagia. Quien no perdona enferma físicamente, emocionalmente y espiritualmente»

Cuando no perdono guardo el rencor en el alma

Y el rencor va llenando el corazón de mensajes negativos. Que me hacen pensar que no valgo, que no sirvo. Que me hacen creer que no puedo seguir adelante porque esas heridas me duelen demasiado. El dolor me acaba enfermando.

A veces pretendemos hacer como si no hubieran existido esas experiencias. Las colocamos en lo más hondo del subconsciente queriendo olvidarlas. Pero el dolor permanece oculto. Y vuelve de vez en cuando. Cuando se repiten dinámicas parecidas.

Cuando escuchamos quejas similares. Cuando nos hacen acusaciones semejantes. En esos momentos reaccionamos con tristeza, con ira, con dolor. Pero no acabamos de entender nuestras reacciones.

El perdón es la medicina que nos sana

El perdón de tantas cosas de nuestra historia. En la película Inquebrantable dice el protagonista: “Si tú odias a alguien. No le haces daño a él. Te haces daño a ti mismo. El perdón sana”.

El odio, el rencor, son emociones que nos acaban enfermando. Como leía el otro día: «Las personas buenas tienen mejor la piel que las que tienen mala leche». Y el rencor acumulado agria nuestra leche, nuestro ánimo, nuestro humor.

¡Qué importante es aprender a perdonar!

A nuestros padres y hermanos, a nuestros profesores y amigos de infancia, a nuestro cónyuge e hijos. Perdonar las críticas que nos han hecho en el camino. Perdonar las calumnias y las difamaciones vertidas sobre nuestra persona. Perdonar a los que no respondieron a nuestras expectativas. A los que nos defraudaron.

Una persona rezaba:

«Jesús, que llegue siempre ante ti sin rencor. Sin quejas. Que nunca te use de refugio cuando he hecho daño. Que siempre llegue ante ti habiendo perdonado. Sin pensar mal. Sin cuentas pendientes. Sin estar enfadada. Sin queja interna.

Con alegría. Quiero adorarte en otros. Cuidarte en otros. Déjame amar por ti en otros. Desgastarme y renunciar con una sonrisa. Sin mirar lo que otros hacen. Feliz. Limpia».

Perdonar a los que nos hirieron tantas veces sin darse cuenta nos limpia por dentro. El perdón sana. Suelen ser los que más nos quieren los que nos hacen más daño. Le pedimos a Dios en este Adviento que nos ayude a perdonar. Él puede hacerlo en nosotros. Él siempre puede.

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