Hoy en día, sonreír para una foto es casi un acto reflejo. Sin embargo, si abres cualquier libro de historia de finales del siglo XIX o principios del XX, verás que en las fotografías de los personajes que han marcado estos siglos escasean las sonrisas.
¿Por qué nadie sonríe en las fotografías antiguas?
Página tras página te toparás con caras serias y aburridas, ya sea en retratos como en fotos de grupo. Una y otra vez. Escritores, mandatarios, científicos.
¿Acaso no les gustaba ser fotografiados? ¿Se sentían intimidados por el fotógrafo? Nada de eso.
El motivo principal era que la fotografía temprana requería de largas exposiciones, es decir, que tenías que estar muy quieto durante un rato hasta que tu imagen quedaba grabada.
Aguantar la expresión de la cara con todos los músculos trabajando para mostrar tu simpática cara era, por tanto, una misión bastante difícil, y si lo intentabas casi seguro que saldrías con una siniestra sonrisa movida y borrosa. Pero los motivos tecnológicos no eran los únicos que arrebataban las sonrisas a las personas.
Salir sonriendo en las fotos era estúpido
Según un artículo de Nicholas Jevees, artista, escritor y profesor de la Cambridge School of Art, en la época se creía que salir sonriendo en las fotos era estúpido.
El escritor Marc Twain decía que una fotografía es un documento de gran importancia y pasar a la posteridad con una tonta sonrisa fijada para siempre era una condena.
Y es que saber sonreír para salir bien en las fotos no es nada fácil, sobre todo si no estamos acostumbrados a posar para ser retratados o si carecemos de talento. La línea entre la sonrisa y la ridícula mueca es muy delgada, esto lo sabemos todos, así que con una cara seria nos aseguramos que, al menos, salimos bien en la foto.
Volvamos a coger un libro de historia
Esta vez haciendo un salto mayor en el tiempo, cuando las pinturas eran las encargadas de hacernos inmortales. Hojea los retratos, te costará encontrar a alguien sonriendo.
Según Javees, en la Europa del siglo XVII existía la convicción de que los únicos que sonreían ampliamente, tanto en la vida real como en las pinturas, eran los pobres, los lascivos, los borrachos, los inocentes y la gente del espectáculo.
El objetivo de los retratos, ya sean a modo de pintura o fotografía, no eran capturar un momento, sino una moral verdadera; y una sonrisa, según Jevees, era una transgresión.
Además de ser propio de la gente baja
Sonreír era un atentado contra la decencia y el buen gusto. “La gente que levanta su labio superior tan alto que deja al descubierto sus dientes casi en su totalidad…
¿Por qué hacerlo? La naturaleza nos ha dado labios para ocultarlos”, escribía un escritor Francés en 1703.
Y no le faltaba razón
Durante años, las dentaduras no tenían nada que ver con las que se ven hoy en día. No había ortodoncias, ni implantes, ni hábitos de higiene bucal. No obstante, tener unos dientes feos era algo tan normal que la gente ya estaba acostumbrados a ellos y no había reparos en mostrarlos.
Así que cuando nació la fotografía, esta heredó durante sus primeras etapas la tradición de semblantes sobrios de la pintura, con algunas excepciones.
Con el desarrollo del cine y la irrupción de la televisión, los retratos fotográficos fueron poco a poco animándose y se empezaron a llenar de alegres sonrisas que fueron contagiando a todos los ámbitos de la sociedad.
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