A principios de 2013, la Iglesia católica vivió un momento histórico: el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio asumió el trono de San Pedro como el Papa Francisco, generando un aire renovado que sorprendió incluso a muchos dentro del mismo Vaticano. Su elección no sólo alteró las expectativas en torno a la autoridad papal, sino que también reveló el papel decisivo de la naturalidad y la cordialidad a la hora de revitalizar la imagen pública del Pontífice.
El Papa Francisco: Cómo la humildad y cercanía cambiaron el rostro del papado
Para entonces, millones de fieles y observadores internacionales habían quedado impresionados por el giro radical en la forma de interacción papal.
El nuevo Papa saludaba a las multitudes con cálida sencillez, conversaba de manera informal con los fieles y hacía bromas en público. Hasta el momento de su elección, la figura papal se asociaba, con frecuencia, a una cierta rigidez protocolaria y a una distancia formal. En cambio, la actitud de Francisco resultó, en términos comparativos, un soplo de aire fresco.
Según indicaron en su día expertos en la historia del pontificado —entre ellos un destacado profesor de historia eclesiástica de la Universidad Católica de Milán— el contraste fue especialmente notorio respecto a su predecesor, Benedicto XVI. Si bien Joseph Ratzinger poseía un refinado sentido del humor en privado, su reserva y timidez públicamente lo llevaban a apegarse al protocolo con enorme rigor. El nuevo Pontífice, por su parte, no dudaba en saltarse el guion preestablecido. “Es muy natural y se comportaba igual ante las cámaras que en la intimidad”, afirmó en aquel entonces un veterano vaticanista italiano, autor de diversos ensayos sobre la Santa Sede.
Asimismo, la influencia del carisma de Francisco se observó en detalles aparentemente menores, pero significativos. Por ejemplo, el Papa eligió usar una simple casulla violeta durante sus primeras misas en el Vaticano en lugar de la pompa tradicional. También decidió pronunciar homilías de pie, frente a la gente, sustituyendo así la imagen distante del Pontífice sentado en un trono. Esta cercanía, apuntaba un especialista en comunicación religiosa del Centro Internacional de Estudios Católicos en París, transmitía a la comunidad católica una sensación de humildad, recordando a muchos la figura de Juan XXIII, conocido cariñosamente como “el Papa bueno”.
Un carisma que evocó liderazgos previos
La simpatía de Francisco evocó la memoria de Juan Pablo II, un Papa que también había utilizado una estrategia comunicativa cercana para ganarse el corazón de creyentes y no creyentes. Pero en el caso de Francisco, la ruptura con las convenciones pareció más profunda. Sus primeras intervenciones públicas estuvieron plagadas de comentarios improvisados, sonrisas amplias y guiños sutiles a la audiencia.
Por ejemplo, durante uno de sus primeros Ángelus dominicales en la Plaza de San Pedro —en aquel momento colmada por más de 150.000 fieles— el Papa comentó con humor que no estaba haciendo publicidad de los libros escritos por uno de sus cardenales, a pesar de haberlo citado abiertamente en medio del sermón. La reacción de los presentes fue inmediata: carcajadas y vítores que resonaron en los muros vaticanos, evidenciando el poder de su cercanía para conectar con la multitud.
De acuerdo con un teólogo con larga trayectoria en el análisis del Concilio Vaticano II, esta espontaneidad caló hondo porque recordaba al espíritu reformista y dialogante que caracterizó a aquel concilio. En contraposición a una autoridad eclesiástica distante y vertical, la nueva impronta del Papado, más horizontal, implicó reconectar con el sentir popular. La Iglesia, tras años de tensiones internas y escándalos, necesitaba una figura que renovara su credibilidad. “El Papa Francisco fue el primer Pontífice latinoamericano, y ese origen cercano a la realidad social del ‘barrio’ en Buenos Aires contribuyó a humanizar su figura ante el mundo”, indicaba por entonces un historiador experto en la Iglesia en América Latina.
Un impacto en la Curia y el Colegio Cardenalicio
La actitud del nuevo Papa no solo sorprendió a la prensa internacional y a la opinión pública, sino también a los integrantes de la Curia y al propio Colegio Cardenalicio. Varios cardenales reconocieron la sencillez franciscana de Bergoglio y su habilidad para conmover las almas con gestos de proximidad. El brasileño Odilo Scherer, uno de los purpurados que participaron en el cónclave de 2013, expresaba en redes sociales su admiración, destacando la combinación de la formación jesuita del Papa con su simpleza inspirada en San Francisco de Asís.
No obstante, dicha cordialidad no estuvo exenta de resistencias. En determinados sectores conservadores de la Iglesia, existía un cierto recelo: algunos veían con inquietud la posibilidad de que el protocolo se diluyera y la imagen tradicional se debilitara ante estas manifestaciones más humanas y menos formales. Entre bastidores, las dudas apuntaban a la sostenibilidad de este estilo a largo plazo y a si la Iglesia podría resistir un liderazgo tan distendido sin que ello implicara pérdida de autoridad doctrinal. Sin embargo, según documentaron en su momento analistas del periódico católico L’Osservatore Romano, el Pontífice parecía muy consciente del equilibrio que necesitaba encontrar entre su simpatía natural y el respeto a la institución milenaria que representaba.
La reacción mediática y el poder de la palabra coloquial
La prensa internacional, que en numerosas ocasiones había criticado la rigidez del Vaticano, reaccionó positivamente ante la llegada de Francisco. Los periodistas, acostumbrados a la solemnidad papal, resaltaban la capacidad del nuevo líder de la Iglesia para usar un lenguaje más coloquial. Durante aquellos primeros días tras el cónclave, se afirmó desde prestigiosas redacciones que el mundo presenciaba un cambio de paradigma en la forma en que el Papado se comunicaba con la sociedad global. De hecho, fuentes expertas en comunicación política consultadas por medios especializados como La Civiltà Cattolica destacaron que la elección de Bergoglio formaba parte de un intento de reconectar con los católicos que se habían alejado de la práctica religiosa.
De la misma manera, se observó que su humor tenía una función pedagógica. Su espontaneidad permitió acercar conceptos teológicos complejos a un público más amplio. De tal modo, un cardenal muy cercano al Papa comentaba en privado que Francisco sabía cómo entablar una conversación franca y directa, presentándose no como el “monarca absoluto” de la Iglesia, sino más bien como un “párroco de barrio”, alguien a quien el pueblo podía saludar tras la misa dominical, sin sentir la barrera que imponían los protocolos tradicionales.
El legado de un nuevo modelo de Pontificado
Con el paso de los meses y años, las primeras impresiones sobre el estilo de Francisco ganaron mayor nitidez. Los fieles, en su inmensa mayoría, se mostraban satisfechos con la aparición pública de un Papa cercano y abierto al diálogo. Al mismo tiempo, estudios posteriores de historiadores y teólogos especializados en la evolución del papado resaltaron cómo la imagen de Francisco generó un modelo de Pontificado menos distante, renovando la relación con las congregaciones locales y reduciendo la brecha entre la sede apostólica y las realidades cotidianas.
A pesar de la preocupación inicial de algunos sectores más conservadores, el Pontífice mantuvo su carisma durante las audiencias, las visitas pastorales y los encuentros con líderes mundiales. Sus gestos, en mayor o menor medida, siempre remitieron a una figura que valoraba la cercanía. Según el testimonio de un reconocido vaticanista con décadas de experiencia en Roma, la “simplicidad franciscana” del Papa —como se señaló en su momento— no era una táctica comunicativa improvisada, sino la consecuencia lógica de la personalidad de un hombre formado entre las calles de Buenos Aires y los claustros jesuitas.
Fuentes y recordatorio histórico
Se ha documentado ampliamente este cambio de paradigma a través de diversas fuentes. En archivos hemerográficos de 2013, puede apreciarse el impacto mediático que generó la primera aparición del Papa en el balcón de la Basílica de San Pedro, cuando pidió a la multitud reunida que rezara por él antes de impartir su bendición, un gesto inusual que marcó el tono de su pontificado. Por otra parte, los análisis de renombrados medios católicos y la cobertura de prensa generalista, desde la BBC hasta diarios argentinos, subrayaron lo inédito del estilo de Francisco, resaltando su capacidad para reformular la imagen de la Iglesia en un momento de crisis interna y externa.
Mientras tanto, en ensayos y estudios publicados en años posteriores por el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, se analizó la relevancia de este lenguaje accesible en la expansión del mensaje de la Iglesia. Quedó en evidencia que el humor y la cercanía no eran enemigos de la solemnidad, sino herramientas para fortalecer el vínculo con una feligresía que necesitaba recuperar la confianza en sus líderes espirituales.
Un hito en la historia moderna de la Iglesia
En definitiva, la llegada del Papa Francisco marcó un hito en la historia moderna del catolicismo. Durante los primeros meses de su pontificado, la opinión pública, el mundo eclesiástico y la prensa internacional asistieron a la consolidación de un líder capaz de combinar la tradición con la espontaneidad. Esta evolución, alimentada por la experiencia de un jerarca que supo traducir la fe en gestos simples, quedó grabada en la memoria colectiva como una época en la que la cercanía y el humor transformaron la percepción del Papado ante los ojos del mundo entero.