El taumaturgo conocido por el mundo entero, San Antonio de Padua, es el protagonista de innumerables prodigios, atestiguados por siglos de devoción y fe. A continuación, desvelamos algunos de estos asombrosos milagros que se han perpetuado a lo largo de los años.
El Resguardo de los Trigales
Fernando, el nombre de bautismo de quien se convertiría en San Antonio, fue siempre un niño obediente, tanto con sus padres terrenales como con su Padre Celestial. Y es precisamente por su obediencia que un día, recibió una recompensa divina.
Durante una temporada en que los gorriones en bandadas arrasaban los trigales, el padre de Fernando le encomendó la misión de proteger los campos durante su ausencia. Fernando, emocionado, asumió la responsabilidad. Pero al sentir un fuerte anhelo de rezar en la iglesia, ideó una solución: encerró a todos los gorriones en una habitación.
Al regresar, el padre de Fernando se enfadó al no verlo cuidando el campo, y le reclamó. No obstante, Fernando, tranquilo, aseguró que los pájaros no habían devorado ni un solo grano de trigo, llevándolo al lugar donde los pájaros estaban encerrados. Al soltarlos y comprobar que el campo estaba intacto, el padre, lleno de asombro, abrazó fuertemente a su hijo.
La Tempestad del Diablo
En una ocasión, cuando San Antonio predicaba al aire libre en la ciudad francesa de Limoges -pues ninguna iglesia podía contener a la multitud que acudía a escucharlo-, el cielo se oscureció repentinamente, presagiando una inminente y violenta tormenta.
La multitud comenzó a disiparse, pero fray Antonio los detuvo, asegurándoles que no se mojarían. Y así fue: la lluvia arreció a su alrededor, dejando completamente seca la zona en la que se congregaban. Al finalizar la predicación, todos los presentes alabaron al Señor y agradecieron el prodigioso suceso que habían tenido la fortuna de presenciar.
La Mula Reverente: El Testimonio Animal ante el Sacramento
Uno de los milagros más célebres y emocionantes de San Antonio de Padua tuvo como protagonista a una mula. En la pintoresca ciudad de Rimini, Italia, un desafío divino y un acto de fe conmovieron a una multitud.
En un encuentro casual, San Antonio se halló frente a un hereje, conocido como Bonfillo, con quien empezó a debatir sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía. El tenaz Bonfillo, en un intento por poner a prueba la fe del santo, le propuso un desafío: si San Antonio era capaz de demostrar a través de un milagro que la Eucaristía albergaba realmente el cuerpo de Cristo, él renunciaría a sus creencias heréticas y abrazaría la fe católica.
Con la certeza de la fe en su corazón, San Antonio aceptó el reto. Bonfillo decidió emplear a su mula, a la que mantuvo en cautiverio y sin alimento durante tres días. Al tercer día, en una plaza abarrotada de curiosos y creyentes, Bonfillo presentó a la mula famélica y le mostró un montón de heno.
Paralelamente, San Antonio, tras celebrar una misa ante la expectante multitud, se acercó a la mula con la Eucaristía en sus manos, portándola con profunda reverencia.
En ese momento, San Antonio se dirigió al animal con voz firme y solemne: “En virtud y en nombre del Creador, que yo, aunque indigno, sostengo entre mis manos, te ordeno, oh animal, que te acerques con humildad y presentes la debida veneración, para que, mediante este gesto, los herejes comprendan que todas las criaturas están sujetas a su Creador, presente en el altar por la dignidad sacerdotal”.
Y en un giro que dejó atónita a la multitud, antes de que San Antonio terminara de pronunciar sus palabras, la mula, ignorando el heno, se inclinó y se arrodilló frente a la Eucaristía en un gesto de reverencia.
La plaza estalló en júbilo. Los fieles aplaudieron y alabaron el milagro, mientras que Bonfillo, conmovido y abrumado, renunció a su herejía públicamente y abrazó fervorosamente la fe católica.
Este suceso se convirtió en uno de los testimonios más poderosos en la tradición católica sobre la intercesión y los milagros de San Antonio de Padua, y sigue inspirando a creyentes de todo el mundo.
Genuflexiones Proféticas: El Milagro de un Camino Redentor
Un relato particularmente intrigante y con tintes de profecía entre los milagros de San Antonio de Padua es el de las Genuflexiones Extrañas, que habla sobre la transformación de un hombre conocido por llevar una vida licenciosa y turbulenta.
San Antonio, reconocido por su profunda espiritualidad y devoción, tenía también la peculiaridad de percibir la luz divina en lugares insospechados. Un día, mientras caminaba por las calles empedradas de la ciudad, se cruzó con un hombre célebre por su vida desenfrenada. Para sorpresa de todos, el santo se inclinó respetuosamente ante él, realizando una genuflexión. Esta escena se repitió cada vez que sus caminos se cruzaban.
El hombre, confundido e irritado, creyendo que San Antonio se burlaba de él, finalmente lo confrontó con amenazas de violencia, blandiendo su espada y exclamando: “¡Si no cesas de burlarte de mí, te atravesaré con mi espada!”
Con serenidad y sin vacilar, San Antonio respondió: “Oh glorioso mártir de Dios, acuérdate de mí cuando estés en el paraíso”. Desconcertado y sin entender la enigmática respuesta del santo, el hombre se echó a reír, considerándolo un desvarío.
Sin embargo, lo que parecía un simple encuentro callejero se tejió en el tapestry del destino. Años más tarde, este hombre, cuyo camino parecía irremediablemente perdido, experimentó un profundo cambio en su corazón mientras se encontraba en Palestina. Allí, con una fe renovada, comenzó a predicar el Evangelio a los sarracenos.
Valientemente, se mantuvo firme en su fe incluso frente a la persecución, y finalmente encontró el martirio. La profecía de San Antonio de Padua se había cumplido.
Esta historia, imbuida de misterio y gracia, resalta la capacidad de San Antonio no solo para obrar milagros, sino también para ver la presencia y los designios divinos incluso en aquellos que la sociedad despreciaba. Asimismo, ilustra el poder de la redención y la fe, y cómo los caminos de la gracia pueden florecer incluso en los corazones más endurecidos…
La Asamblea Acuática: Peces Convergen para Oír la Palabra de Dios
En aquellos días, San Antonio era conocido por sus sermones elocuentes y apasionados. Sin embargo, en una ocasión, un grupo de personas hostiles hacia su mensaje impidió que los aldeanos acudieran a escucharlo. Frustrado pero indomable en su misión, San Antonio se dirigió hacia la orilla del mar, donde las olas acariciaban suavemente la tierra.
Allí, con voz potente y clara, exclamó: “¡Oigan la palabra de Dios, ustedes los peces del mar, ya que los pecadores de la tierra no la quieren escuchar!”
Lo que sucedió a continuación fue un espectáculo sin igual: los peces comenzaron a agruparse cerca de la orilla, sacando sus cabezas por encima del agua, como si estuvieran escuchando con reverencia las palabras de San Antonio. El fraile, inspirado y conmovido, les habló sobre la grandeza de Dios, quien creó las aguas en las que nadaban y encontraban su sustento.
Los pescadores locales, quienes inicialmente miraban la escena con escepticismo, quedaron maravillados ante la congregación acuática. Como testigos de un milagro, corrieron hacia la aldea para relatar lo que estaban presenciando.
Pronto, una multitud, incluyendo a aquellos que inicialmente se habían opuesto al sermón de San Antonio, se congregó en la orilla. La fe y la devoción impregnaron el aire mientras los aldeanos, junto con los incrédulos, se arrodillaban para escuchar las palabras de San Antonio, con el coro de peces como mudos testigos ante ellos.
Este relato, conocido como “La Predicación a los Peces”, no solo es un testimonio de los milagros atribuidos a San Antonio de Padua, sino también un símbolo de cómo la fe puede unir a todos los seres de la creación en una comunión de respeto y reverencia hacia lo divino…