El siguiente paso consistía en transportar el poste desde el monte hasta el centro de la población, empleando pequeños troncos a manera de rodillos, por donde se deslizaba y era jalado por los hombres.
Quedaba prohibido pasar por encima del tronco o que mujer alguna lo tocara, ya que podría ser una augurio de mala suerte para los voladores.
Al llegar al lugar donde se incrustaría el mástil de madera, se tejía a su alrededor una escalera de liana o soga que permitiera llegar a la punta.
Antes de parar el poste en el pozo, se realizaba un ritual consistente en la “siembra” –colocación- de un gallo o siete pollitos vivos, los cuales eran rociados con aguardiente, además de tabaco y tamales, que en conjunto servían de ofrenda para que el poste no reclamara la vida de los danzantes.
Componentes del palo volar
El “palo volador” se compone de:
- Mástil, el cual se encuentra incrustado al suelo, en cuyo extremo superior soporta al tecomate (manzana o mortero), aparato giratorio y principal punto apoyo y equilibrio de los danzantes;
- Cuadro o bastidor, en donde se apoyan los voladores que se lanzarán al vacío, sujetos únicamente por los “cables” de lazo amarrado y enrollados a los trinquetes del mástil.
Actualmente se ha generalizado al empleo de postes de acero con pequeños peldaños metálicos, conservándose únicamente de madera el bastidor y el tecomate.
Altura del palo volador
La altura varía de un palo a otro: el que se encuentra en la explanada de la iglesia de Papantla mide aproximadamente 37 m; el localizado en Tajín tiene casi 27; y el del Museo Nacional de Antropología en el D.F. alcanza los 25 metros.
Algo mas que adornos
Aunque originalmente la vestimenta de los voladores eran disfraces elaborados con plumas de aves, debido al proceso de mestizaje la indumentaria fue cambiando ante la influencia española. Hoy el traje empleado en el rito es usado por los indígenas totonacas encima de sus tradicionales prendas de manta blanca.
Para la ceremonia, el volador se cubre la cabeza con un pañuelo amplio o paliacate, sobre el que se coloca un gorro cónico, en cuya cima se localiza un pequeño penacho multicolor en forma de abanico que simula el copete de un ave.
Además de simbolizar los rayos solares que parten de un pequeño espejo redondo que representa al astro.
Listones de colores
Unos largos listones de colores se deslizaban por la espalda del danzante, simulando el arco iris que se forma después de la lluvia. El resto del tocado está adornado con flores de diversos tonos, símbolos de la fertilidad de la tierra.
Sostenidos del hombro derecho en dirección diagonal, sobre pecho y espalda penden dos medios círculos de tela o terciopelo rojo que representan las alas de los pájaras.
Encima de ellos se encuentran figuras de flores, plantas y aves de distintos colores y tamaños, bordadas con lentejuela, que aluden a la primavera; de la parte inferior penden unos flecos dorados que reproducen los rayos del Sol.
En la cintura del volador, por delante y por detrás, nuevamente se aprecian los dos semicírculos con motivos similares a los antes mencionados.
El pantalón de tono rojo muestra, a la altura de las pantorrillas, adornos de chaquira y espiguilla; en la parte inferior se aprecian los flecos dorados, rematados por los botines de piel con tacón alto.
El color rojo
El empleo del color rojo es considerado como representativo de la sangre de los danzantes muertos y la calidez del astro rey. En la Danza de los Voladores la música se encuentra a cargo del caporal, quien ejecuta con un tamborcillo y un flautín todas las melodías:
El tamborcillo, elaborado de madera con dos vistas de cuero, se sujeta a la palma de la mano del carpoal por medio de un amarre a manera de pulsera; se golpea con una pequeña baqueta o vara de madera liviana que marca el ritmo.
El flautín de carrizo con tres orificios complementa las notas del ritual. La sencillez de los instrumentos no constituye una limitación; al contrario, demuestra una gran creatividad y los conocimientos de armonía y acústica que posee el pueblo totonaca.
El último ritual
La Danza de los Voladores que la mayoría de las personas distingue como tal es prácticamente la parte final de la ceremonia.
Esta etapa se inicia cuando los danzantes de dirigen al mástil en una fila ordenada y con la cabeza inclinada en signo de humildad y respeto a los dioses; al frente del grupo marcha el caporal, quien entona una melodía con su tamborcillo y flautín.
Al llegar al pie del “palo volador”, realizan una serie de giros en torno a él, alternando las vueltas en una dirección y otra. Uno por uno, los cuatro voladores van subiendo por el mástil hasta llegar al bastidor; allí se colocan en cada extremo para equilibrar el peso.
El último en subir es el caporal
El último en subir es el caporal, quien al llegar a la cima se ubica de pie sobre el tecomate, y realiza una serie de saltos acompañados de un impresionante zapateado con el que pareciera querer clavar un poco más el poste.
Posteriormente gira sobre su eje y señala los cuatro puntos cardinales, iniciando por el oriente para continuar con su trayectoria hacia el lado izquierdo.
Después se sienta sobre la base para realizar nuevamente los giros en la misma secuencia, pero ahora reposando su peso sobre la espalda sin dejar de tocar sus sencillos instrumentos musicales.
Cuando el caporal concluye la parte del ritual que le corresponde, se queda sentado sobre el tecomate interpretando un son.
Los voladores
Los voladores, ya amarrados con una soga a la cintura y con una coordinación casi perfecta, al escuchar una nota especial en la música, inician el descenso arrojándose de espaldas al vacío con la cabeza hacia abajo, extendiendo sus brazos como las alas de un ave en pleno vuelo, donde resaltan sus penachos multicolores.
Conforme descienden los giros se hacen más amplios –tradicionalmente, los giros de los cuatro voladores sumaban en total 52, correspondientes a los años del ciclo de fuego nuevo o calendario mesoamericano, en dependencia de la altura del “palo volador”.
Cuando se aproximan al suelo, los voladores se incorporan para poder aterrizar con los pies: ya en el suelo los cuatro danzantes equilibran el bastidor al sujetar tensamente las cuerdas, para permitir que el caporal se deslice por uno de los extremos hasta tierra firme.
Si bien esta última etapa de la Danza de los Voladores dura relativamente poco tiempo –escasamente unos minutos-, la preparación de los participantes es compleja.
Se inician desde temprana edad y tienen que seguir ciertas reglas que deberán respetar durante el tiempo que practiquen esta singular actividad, entre las que sobresale la abstinencia sexual y alcohólica, cuyo fundamento principal es la creencia de que esta danza la realizaron por vez primera cinco jóvenes castos.
La leyenda totonaca
Según la leyenda totonaca, los dioses dijeron a los hombres:
“Bailen, nosotros observaremos”. Y eso es justamente lo que hacen los hombres-pájaro, o “voladores”, ejecutan una espectacular danza para agradar a los dioses.
Un grupo de cinco hombres se suben a un poste de unos 30 metros de alto, cuatro de ellos se atan una cuerda a la cintura y se lanzan de cabeza al vacío con los brazos abiertos, girando alrededor del poste.
Mientras tanto, el quinto miembro permanece en la parte superior del poste y toca música indígena con instrumentos de madera hechos a mano. La flauta representa el canto de las aves y el tambor la voz de los dioses.
Esta danza es también un símbolo de los cuatro puntos cardinales (la plataforma de cuatro lados y los cuatro voladores). El músico va marcando los cuatro puntos cardinales, comenzando por el oriente, pues es ahí donde se origina la vida.
Cada volador gira 13 veces, cifra que multiplicada por los 4 voladores da el número 52, y ya se sabe que según los calendarios prehispánicos, cada 52 años se completa un ciclo solar, después del cual nace un nuevo sol y la vida sigue su curso.
Mitos históricos de México