Cada principio de enero supuestos profetas presagian los sucesos del nuevo año que comienza, como una especie de super-horóscopo. Con suerte se cumple la mitad de sus especulaciones, lo que consideran «un buen porcentaje».
Los profetas no eran futurólogos, adivinos ni pitonisas
Qué diferente de la ley de Moisés, que afirma que cuando un «profeta» predice algo y eso no ocurre, el tal «profeta» merece la pena de muerte. Si esa ley se aplicara hoy, nuestros cementerios estarían llenos de cadáveres de profetas.
Claro que nada de ese circo es «profecía» en el sentido verdadero. El concepto bíblico de la profecía se descubre mejor por el análisis de los escritos proféticos de las escrituras hebreas (Isaías a Malaquías, en nuestro canon), junto con los «profetas anteriores» (Moisés, Miriam, Samuel, Elías, Eliseo, Natán etc).
Ese grupo numeroso no se caracterizaba por concentrarse en el futuro a expensas de su contexto del presente. Al contrario, su eje central era el cumplimiento fiel del pacto de Dios con Israel y con las demás naciones.
¿Es para hoy el don de la profecía?
En mis primeros años de profesor yo enseñaba la doctrina de B.B. Warfield, que los dones carismáticos de la iglesia terminaron con la muerte del último apóstol. Fue un breve trabajo de un estudiante panameño que me convenció de mi error y me motivó a estudiar el tema de la profecía.
El texto clave para mi «conversión» fue 1Cor 14:29-33
29 En cuanto a los profetas, que hablen dos o tres, y que los demás examinen con cuidado lo dicho.
30 Si alguien que está sentado recibe una revelación, el que esté hablando ceda la palabra.
31 Así todos pueden profetizar por turno, para que todos reciban instrucción y aliento.
32 El don de profecía está bajo el control de los profetas,
33 porque Dios no es un Dios de desorden sino de paz.
Profetas congregacionales
Este pasaje, tan lleno de sorpresas, no trata de profetas itinerantes o «de oficio» sino de mensajes proféticos que surgían espontáneamente en medio del culto. Eran profetas congregacionales, en Corinto más de veinte años después del Pentecostés.
Parece que eran muchos, tanto que Pablo tuvo que ordenar la situación. Es obvio que la profecía no funciona aquí como «señal de apóstol» sino como don carismático de la congregación.
La palabra profética va para la comunidad de fe, y por eso todos ellos (hoi alloi) están llamados a juzgarla (diakrinô, evaluar, discernir), ya que todos son portadores/as del Espíritu de Dios.
La iglesia debe escuchar la profecía y recibirla con respeto, pero con discernimiento crítico (cf. 1Tes 5:19-21, «No apaguen el Espíritu. no desprecien las profecías», pero «sométanlo todo a prueba» 5.21, dokinazô).
Lo más significativo en este texto es que describe esta profecía congregacional como revelación (apokaluptô, Dios [se] revela, cf. Rom 1:17,18).
Según la Biblia, Dios se revela de distintas maneras
Su máxima revelación es Jesucristo, el Dios encarnado (Jn 1:,14,18; Heb 1;1-2). Segundo, la Palabra escrita, inspirada por el Espíritu, da testimonio de él (1Cor 2:9-13; Jn 5:39). Además, la creación revela a su Creador (Sal 19:1-6; Rom 1:18-21).
Y según nuestro texto, las profecías, debidamente escrutadas y convalidadas, son también revelación de Dios y su voluntad (1Cor 14:30; cf. Jn 16:8-13)…
Pocas palabras están tan malentendidas como las palabras «profecía, profetizar». Se da por sentado que profetizar es vaticinar eventos futuros u otras veces que es la manifestación abierta de información secreta.
De hecho, eso es el concepto pagano del término (los oráculos griegos, la Sibila, Nostradamus, el horóscopo). Entonces surgen falsos profetas que se creen dueños de la palabra divina y no invitan el cuestionamiento ni lo toleran.
Es claro que Dios conoce el futuro
Y lo ha revelado, pero no sólo para que conozcamos cosas del mañana, sino para que cumplamos su voluntad hoy, en el presente, a la luz del porvenir.
Los profetas no eran futurólogos, mucho menos adivinos ni pitonisas. No eran profetas porque vaticinaban el futuro sino porque entendían el presente a la luz de la voluntad de Dios. Si no predecían nada futuro, no eran menos profetas. El profeta es profeta porque trae un mensaje de Dios para el pueblo y para los pueblos.
Estudiosos de las escrituras, analizando bien las acciones y los escritos de los profetas hebreos, han encontrado lo esencial y definitivo del profetismo en su doble función de denuncia y de anuncio.
Denuncian los pecados e injusticias, tanto fuera de Israel (Amós 1:3 – 2:3) como dentro del pueblo de Dios (Amós 2:4-12). Su lenguaje era fuerte, no siempre amable (igual que el de Jesús).
Anuncian juicio y salvación para Israel y las demás naciones y hasta una nueva creación (Isa 65:17). Para hacer todo eso, los profetas tenían que ser como los hijos de Isacar, «entendidos en los tiempos, que sabían lo que Israel debía hacer» (1Cron 12:32). Eran profetas porque veían su mundo con los ojos de Dios y sus corazones ardían con celo por la voluntad de Dios…
Juan y el Apocalipsis
Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, nos da el ejemplo perfecto de lo que significa ser profeta. Su libro comienza con dos visiones del Señor, primero como Hijo de hombre (Apoc 1-3) y después como «el que está sentado en el trono» (Apoc 4-5).
Al final del capítulo cinco Juan está escuchando la adoración de millones de ángeles (5:11-12), y en seguida está escuchando el clamor de las víctimas de guerra, explotación, epidemias, persecución y terremotos (cap. 6).
El profeta ha estado con Dios, pero está también, plenamente, con su pueblo. Ve a Dios, pero también está viendo, analítica y críticamente, las realidades históricas. Si solo está viendo al cielo, puede ser un místico pero no un profeta.
(Por eso, «profetas» y «profetisas» que no tienen una clara visión de la realidad histórica, no merecen ninguna credibilidad). Por otra parte, quienes solo ven la realidad histórica, sin verla con los ojos de Dios, pueden ser sociólogos o políticos pero jamás profetas tampoco.
El profeta Juan cumple también la doble función
Que marcaba el mensaje de los antiguos profetas hebreas. Juan denunció los pecados de las siete iglesias, atacó el culto al emperador (13:2,4) y condenó vehemente los crímenes del imperio romano.
A la vez anunció el juicio contra los opresores, el triunfo del bien sobre todo mal, y sobre todo, anuncia una nueva creación, una nueva comunidad y un nuevo paraíso (Apoc 20-22).
¿Habrá en toda la literatura del mundo un libro más esperanzador que el Apocalipsis?
Los profetas son falibles y cuestionarlos un deber cristiano
Entre las congregaciones que fundó San Pablo, hubo dos extremos en cuanto a la profecía. En Tesalónica apagaban al Espíritu, despreciando las profecías (1Tes 5:19-20).
Eran lo que hoy llamaríamos «anti-pentecostales» A ellos, Pablo les manda dejar de actuar así, pero a «someterlo todo a prueba», es decir, ni rechazar las profecías de antemano ni tampoco creerlos ciegamente, sino examinarlas y retener lo bueno.
Tenía que tomar las profecías más en serio pero con discernimiento maduro, para no ser engañados por falsos profetas. De 1Cor queda claro que en Corinto existía el otro extremo.
Ultra-pentecostales
Su tendencia de sobrevalorar los dones carismáticos los llevaban a exageraciones, abusos y en general mucho desorden. Hoy los llamaríamos «ultra-pentecostales».
Con una libertad a veces excesiva, casi todos querían hablar lenguas y profetizar, aparentemente creyendo que las lenguas y las profecías fueran Palabra de Dios sin mediación humana falible y hasta pecaminosa.
A ellos Pablo les manda poner en orden su conducta, a profetizar uno a la vez y no más de dos o tres en cada culto, Además. al mandar que «los demás juzguen» cada profecía (hoi alloi diakrinô), Pablo repite, en otras palabras, la exhortación de 1Tes 5, de examinar (dokimazô) las profecías antes de recibirlas como revelación.
Nótese que los verbos «examinar» y «juzgar» en estos textos están en el modo imperativo. Todos los fieles, como portadores/as del Espíritu de Dios, tienen el deber de aportar a la valoración crítica de las profecías y demás mensajes.
La iglesia cristiana debe ser una comunidad de personas de convicciones claras y fuertes, como eran los profetas hebreos.
No es ni locura ni soberbia sentirse guiado por el Espíritu Santo hacia una percepción de la voluntad de Dios para la iglesia y para la nación. La soberbia consiste más bien en menospreciar la voz profética de otros creyentes.
Esta visión bíblica choca frontalmente con modernos conceptos de tolerancia y del amor como no criticar al otro/a. El mismo concepto de profecía como revelación es contracultural hoy en una sociedad muy acostumbrada a «menospreciar la profecía» como también la revelación misma.
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