Dijo el maestro: las mejores cosas de la vida no pueden lograrse por la fuerza: Puedes obligar a comer, pero no puedes obligar a sentir hambre; puedes obligar a alguien a acostarse, pero no puedes obligarle a dormir; puedes obligar a que te oigan, pero no puedes obligar a que te escuchen…
Lo mejor… Amablemente
Puedes obligar a aplaudir, pero no puedes obligar a que se emocionen y entusiasmen;
Puedes obligar a que te besen, pero no puedes obligar a que te deseen;
Puedes obligar a que fuercen un gesto de sonrisa, pero no puedes obligar a reír;
Puedes obligar a que te elogien, pero no puedes obligar a despertar admiración;
Puedes obligar a que te cuenten un secreto, pero no puedes obligar a inspirar confianza;
Puedes obligar a que te sirvan, pero no puedes obligar a que te amen.
Sentir hambre, dormir, escuchar, emocionarnos, entusiasmarnos, desear, reír, sentir admiración, sentir confianza, amar… son acciones que no admiten la fuerza, la obligación.
Y sí, sigo sintiendo y pensando que es cierto
Cuando se pretende forzar algo, obviamente se estropea. Pierde espontaneidad, naturalidad, sinceridad. Pierde originalidad y pureza. Sí. Lo genuino, lo verdadero, lo que de verdad merece la pena surge espontáneamente en el centro de uno hacia el otro.
Si alguien te obliga a admirarle, propicia la ignorancia o el desprecio.
Si alguien te obliga a besarle, propicia el desagrado o el asco.
Si alguien te obliga a relajarte, obviamente pone en marcha una contradicción que dispara los nervios.
Y podríamos seguir y seguir
“Vive y deja vivir” reza uno de mis dichos favoritos. Si fuéramos capaces de ello, sin forzar a nadie a nada, viviendo y dejando vivir, otro mundo sería éste y otro gallo nos cantaría. Lo mejor siempre se presenta amablemente.
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