En un reino distante, más allá de las dunas que se mezclan con el horizonte, dos compañeros de aventura, Nadir y Samir, atravesaban el vasto desierto en busca de la ciudad perdida. Su amistad, forjada a través de innumerables travesías, se vio desafiada en medio de una implacable tormenta de arena.
De las arenas cambiantes a la piedra inmutable
Nadir y Samir enfrentan la verdadera esencia de la amistad
Atrapados en su furia, una palabra llevó a la otra y en un arrebato de ira, Nadir golpeó a Samir en el rostro.
Con el dolor ardiente aún latente, Samir no devolvió el golpe. En cambio, mientras el viento silbaba a su alrededor, escribió en la arena:
«Hoy, en el corazón del desierto, mi fiel compañero me hirió». La efímera inscripción quedaría a merced del siguiente viento del olvido.
Los viajeros continuaron su camino y en su periplo, encontraron un oasis, una joya esmeralda en medio del mar dorado. Decidieron descansar y refrescarse en sus aguas. Pero mientras nadaban, una corriente subterránea atrapó a Samir, arrastrándolo hacia las profundidades.
Nadir, viendo el peligro, se sumergió sin dudarlo y luchando contra la corriente, logró rescatar a su amigo de una muerte segura.
Una vez en tierra firme, Samir, todavía recuperándose del susto, tomó un cincel que llevaba en su mochila y grabó en una gran piedra junto al oasis:
«Hoy, al borde del abismo, mi compañero me devolvió la vida».
Nadir, con curiosidad, preguntó: «Amigo mío, ¿por qué inscribir mi error en la arena y tu gratitud en la piedra?»
Con una mirada sabia y una sonrisa serena, Samir respondió:
«Cuando nos hieren, debemos dejar el recuerdo en la arena, donde el tiempo y el viento pueden borrarlo. Pero cuando nos brindan un acto de amor y sacrificio, debemos esculpirlo en piedra, donde ni el tiempo ni el viento podrán jamás borrarlo».