Gracias, mamá, por todo. Gracias, mamá, porque por ti soy quien soy. Gracias, mamá, para siempre. Te amo. Me tardé, es verdad. Tuve que crecer para entender cada una de tus palabras, tus consejos, tus lecciones y tus enseñanzas.
Lecciones de nuestra mamá que entendimos hasta ahora
Para comprender cada uno de tus regaños y de tus enojos, de tus castigos y de tus reglas; sí, me tardé, pero ahora los agradezco inmensamente y por fin encontré el valor a tu frase “cuando seas grande los entenderás y algún día me lo agradecerás”. Llegó ese momento.
Fui rebelde y acelerada, pero eso no quiere decir que te haya dejado de amar en algún momento.
Siempre tuviste razón en todo lo que me decías, que cada una de tus palabras eran para protegerme y para darme una lección, para enseñarme a crecer y a madurar, para evitarme dolor y para hacerme más amenas las caías porque lo único que siempre quisiste era que estuviera bien.
Gracias, mamá, por todo lo que me has dedicado y por nunca dejarme sola, por acompañarme en cada etapa de mi vida y comprender cada uno de mis cambios, también porque todos los días intentas entender cada una de mis ideas –diferentes a las tuyas– y por nunca juzgarme.
Gracias, mamá, por todo tu amor y tu calidez, tus cariños y tu comprensión, por la paciencia y tu sencillez, por tus superpoderes y tu inteligencia; por tu fuerza y nobleza. Gracias, mamá, por todo. Gracias, mamá, porque por ti soy quien soy. Gracias, mamá, para siempre. Te amo.
Ya entendí la importancia de cargar siempre con un suéter
Sé que no lo decías para molestarme, ya entendí que siempre debo cargar con un suéter porque debo ser prevenida.
Entiendo que si me enfermo o si me da un resfriado ya no me cuidarás como antes y ahora debo hacerlo yo, tampoco es tan fácil que pueda faltar al trabajo o que los deberes de mi casa deban quedarse detenidos. Ahora entiendo por qué odias enfermarte y por eso, mamá, siempre cargo un suéter.
Ahora agradezco todos tus consejos
Ahora entiendo que cada una de tus palabras son para protegerme y para evitarme dolor, así como para que pudiera tomar mejores decisiones y pensara antes de actuar.
Agradezco cada uno de tus consejos que, ahora que crecí, puedo valorar y saber la razón que tienes a la hora de hablar. Gracias por ello, mamá, siempre los tomo en cuenta.
Mis problemas de adolescencia no eran el fin del mundo
Qué ingenua era cuando pensaba que mis conflictos de adolescente eran lo peor que me podía pasar en la vida y era el fin del mundo para mí; se me cerraba todo y no era capaz de ver que todo tiene una solución. Ahora lo entiendo.
Sé que exageraba cuando creía que no podía con problemas diminutos, pero me di cuenta de lo fuerte que soy y de que lo que vivo hoy es mucho más intenso.
Son pocos los verdaderos amigos
Siempre me dijiste que no confiara en todo el mundo, que cualquiera podía traicionarme y que si alguno de mis amigos te daba mala espina yo prefería ignorarte. Ahora sé que siempre tuviste razón; tus verdaderos amigos siempre permanecen contigo sin importar lo buena o mala que sea la situación.
Pero, en realidad, la única persona que nunca me dejó y en quien puedo contar en todo momento eres tú. Te amo.
Valgo todo lo que tú me dijiste
Siempre me dijiste que era hermosa, que no importaba si el chico de la escuela no me hacía caso porque no se daba cuenta de lo perfecta que era. O si me sentía derrotada o fracasada, tú siempre estuviste ahí para darme fuerza y recordarme lo capaz que soy para conseguir lo que quiero.
Que nadie podía hacerme sentir menos de los que soy, que debo estar segura de lo que valgo y amarme a mí misma. Que, además de ti, también debo ser perfecta para mí.
Mi familia es lo más importante
Ahora valoro cada tarde que pasamos todos juntos en nuestro viejo comedor, ansío los fines de semana de comidas familiares y noches de películas.
Entiendo la fuerza y la energía que tiene reunirte con los tuyos y todo el amor que corre por todo mi cuerpo cada que te abrazo, a papá y a hermano también. Los amo y estoy convencida de que son lo mejor que tengo en la vida.
No existe persona tan fuerte como para no doblarse de vez en cuando
Cuando era pequeña pensaba que nunca llorabas, que no tenías problemas y que tu vida era perfecta porque eres un adulto. Qué tonta era. Ahora entiendo que no es débiles doblarse de vez en cuando y sé que tú también lo hacías, aunque siempre te mostraras fuerte enfrente de mí.
Entiendo que la vida de adulto es complicada y que no todo es color de rosa como cuando era niña, que no está mal que de vez en cuando me sienta débil pero con el único objetivo de que, después, debo levantarme para continuar.
Mis actos tienen consecuencias
Se me hacía muy fácil hacer cualquier cosa, sin antes pensar que me regañarías por ello, y así fueron miles de veces hasta que, con el tiempo, aprendí a asumir mis actos y aceptar las consecuencias que vinieran con estos.
Ahora pienso dos veces antes de actuar, tomo en cuenta lo que pudiera pasar y actúo. Ya lo comprendí y te lo valoro, mamá.
Ahora entiendo la importancia de la responsabilidad
Siempre me dijiste que no me tomara mis responsabilidades a la ligera, que no podía ser una persona irresponsable y desobligada, siempre me enseñaste a que lo mejor era que fuera independiente y autosuficiente, que me hiciera cargo de mis cosas y sobre todo a que aprendiera a hacerlas.
Que luchara, que fuera cumplida y que no dependiera de nadie más porque nadie se podía hacer cargo de lo que me toca a mí. Gracias, mamá, porque ahora soy una persona valiente, fuerte y responsable, porque puedo depender de mí misma y entiendo la importancia de la palabra ‘responsabilidad’.
Me di cuenta del valor de mi esfuerzo para ganar dinero
Ahora sé que criarme no fue nada barato; vestirme, alimentarme, llevarme a la escuela, comprarme regalos y siempre mantenerme lo mejor posible. Ahora valoro cada gota de sudor que derramaban mi papá y tú para darnos lo mejor y cumplir con todas las responsabilidades económicas.
Que ya no es tan fácil pedir las cosas como luchar y trabajar por ellas, que ahora valoro cada gasto que hago y todos los ‘no’ que en algún momento me dijiste cuando te pedía algún capricho.
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