La vejez para el judaísmo siempre ha sido un signo de respeto y sabiduría, por halajá uno está obligado a ceder su silla a una persona mayor si no hay otro asiento en el recinto.
¿Por qué la Torá exige máximo respeto a los ancianos?
Esto es así porque la edad se considera uno de los elementos que más acercan al hombre a D-os y a la Torá, la siguiente Mishná nos enseña el valor de los años y el respeto que debemos darle.
Mishna 26: Rab Yossi bar Yehuda de K’far HaBavli dijo; uno que aprende de los jóvenes, ¿con qué se le compara? Con uno que come uvas verdes y bebe vino [recién salido] de la prensa. Y uno que aprende de los viejos, ¿con qué se le compara? Con uno que come uvas maduras y bebe vino añejo.
Mishna 27: Rab Meir dijo; no mires la garrafa sino lo que hay en ella. Hay frascos nuevos llenos de vino viejo y frascos viejos que ni siquiera contienen vino nuevo.
(Pirkei Avot)
Rab. Dovid Rosenfeld – La Torá nos enseña que el envejecimiento en sí mismo es educativo: “Levantate frente a los ancianos y muéstreles honor” (Levítico 19:32).
Respeto a los ancianos independientemente de su erudición
El Talmud remarca que uno le debe dar respeto a los ancianos independientemente de su erudición o conocimientos intelectuales, mientras que el autor de la Torá Temima nos lo recuerda que “una persona mayor ha adquirido sabiduría por las numerosas pruebas que ha resistido en sus años” (Torá Temima Levítico 241).
Las tres fuentes remarcan que existe un tipo de sabiduría que sólo se adquiere con los años. No puede ser cuantificada o escrita claramente. Pero refleja una comprensión del mundo y de la humanidad proveniente de décadas de sabiduría e historia acumulada.
Por eso, uno debe estudiar Torá con una persona mayor, porque aunque carezca la agilidad mental de la juventud, una persona así entiende mejor cómo se aplican los principios de la Torá a la vida y puede ver la historia tomar curso. Tiene la madurez y el entendimiento que un joven jamás tendrá.
La tradición
Además, una persona mayor trae consigo algo que el judaísmo valora extensamente: la tradición. Genera un vínculo entre el mundo actual y las generaciones anteriores. Para el judaísmo son gente invaluable e irreemplazable, pues son los portadores de la herencia judía.
Todo lo que sabemos y somos hoy en día, se lo debemos a los judíos de antaño que preservaron su conocimiento y lo transmitieron a sus hijos.
En el Talmud, rab Yehuda HaNasi explicó que era más asertivo que sus colegas porque “vi a rab Meir por la espalda.” Concluye: “Si hubiera visto su frente, ¡cuánto más grande habría sido!” (Eruvin 13b). Rab Yehuda vivió al final de una era. Fue considerado el último de los sabios de la Mishná.
Con su muerte terminó el período de la Mishná y comenzó el período del Talmud, a pesar de la centralidad que tiene hoy el Talmud para el estudio de Torá, los mismos sabios del Talmud sabían que nunca alcanzarían el nivel de sabiduría que los sabios de la Mishná. (Por esta razón, el Talmud casi nunca está en desacuerdo con las decisiones registradas en la Mishná).
Rab Yehuda atribuyó su grandeza a haber visto el final, la espalda, del período anterior. Vio a los ancianos de la generación antes de que murieran. Si hubiera visto sus “frentes” – Rab Meir y similares en su mejor momento – ¡cuánto más grande habría sido!
Nosotros también tenemos un reflejo de la espalda de un mundo anterior
Los judíos que crecieron durante la ortodoxia europea de preguerra vieron un mundo que ya no existe hoy. Era un mundo sencillo, sin embargo, lleno de fe y devoción, en el que D-os, la aceptación de la suerte y la misión del pueblo judío formaban parte de la vida.
Un mundo que con todas nuestras comodidades no hemos sido capaces de reproducir. Sólo los ancianos que aún viven cargan con ese pedazo de la historia judía – mil años de vida judía en Europa nos fueron arrancados de golpe.
Ellos forman el único vínculo que aún tenemos hacia ese pasado. Con su presencia son testimonio vivo de nuestra historia eterna.