Así como cuando una relación sentimental llega a su fin, cuando una amistad termina, por el motivo que sea, pareciera que también perdemos una parte de nuestras vidas. Una amistad es una relación de tipo interpersonal que mantienen dos personas o más y que se caracteriza especialmente por el afecto, el cariño, el amor y la confianza que los involucrados se profesan entre sí.
El fin de una AMISTAD
Estos últimos específicamente van apareciendo al tiempo de cultivarla. Muchas perduran el paso del tiempo y otras se difuminan a su vez.
Una amistad es prácticamente una inversión. Desde unos niños de cinco años jugando a la pelota en el parque, hasta unas quinceañeras alistándose para las primeras fiestas de su adolescencia, la amistad es una inversión de tiempo.
Los vínculos se van formando, aunque en las diferentes etapas de la vida, los vínculos amistosos se van volviendo más complejos, pues ya para entonces habremos adquirido capacidades y experiencias que nos dan mejor facultad de escoger con quienes es que queremos interactuar.
Siempre fui una persona de pocos amigos. Perdí muchos, así como gané muchos más. Y a lo largo de mi vida he podido darme cuenta de como los lazos estrechados con ciertos de estos, hasta la fecha parece que nada podría romperlos.
Pero en infinidad de casos no es así
Recuerdo en varias ocasiones intentar reparar amistades que pensaba que si tan solo ponía todo mi esfuerzo en darles lo mejor de mi, estas se restaurarían. Forcé hasta el cansancio el poder llevar a cabo relaciones que, ahora me doy cuenta, simplemente ya habían perdido significado. Y vaya que en algunos casos más que otros, duele.
Pero por más que los recuerdos de los buenos momentos los llevemos con nosotros, tomar la decisión de terminar una relación de amistad que ya no tiene sentido, significado, o ningún valor para nuestras vidas, está bien y es saludable, y no tiene que tener un final desastroso, si nos responsabilizamos de ello.
La gente cambia a lo largo de su vida
El cambio es la única constante que tenemos. Muchos de nuestros amigos permanecen a lo largo del tiempo porque se crearon lazos tan fuertes que una agitada discusión jamás podría romper. Pero ¿qué pasa cuando una amistad forjada por el tiempo y las buenas y malas experiencias termina de la noche a la mañana?
El cambio trae consigo una serie de decisiones. En matemáticas, la teoría de la decisión habla sobre la capacidad que tenemos de tomar decisiones en base a la información que recopilamos con el fin de obtener los mejores resultados posibles. Tomamos nuestras decisiones, y naturalmente estas afectan nuestro entorno.
Decisiones tan pequeñas como cambiar de estilo de alimentación, o tan grandes como mudarse de ciudad o país, casarse—por cierto, conocí una persona que al casarse decidió romper con varias de sus amistades por la insistencia de su pareja, y parecía no tener argumento alguno más que la anterior mencionada solicitud—, comenzar un nuevo proyecto personal o incluso, cambiar de religión pueden tener un efecto sobre las relaciones interpersonales mayor del que imaginamos.
Muchas de las personas que pasan por nuestras vidas, hacen solamente eso: estar de paso, para luego continuar su propio viaje, y quizá su propósito es enseñarnos alguna que otra lección de vida y viceversa.
Recuerdo una corta, pero bonita amistad con una chica de Israel que vivió cerca de mi casa mientras viví en Houston hace unos años. Fuimos muy amigas, hablábamos de todo y nada, y compartimos muchísimo tiempo juntas.
Me enseño a insultar en hebreo y a que me gustara el baba ganoush. Al paso de los cuatro meses, llegaba la hora de regresar a su natal Tel Aviv, y tras varias promesas de visitas y video-llamadas, no volvimos a hablar jamás (aunque somos “amigas” en Facebook).
Nunca entendí porque nunca nos esforzamos en seguir cultivando aquella relación
Hasta que me di cuenta que, algunas amistades tienen fecha de expiración. En mi caso, no porque nos hallamos fallado mutuamente (o quizá si, al no continuar invirtiendo en esta). O porque mi mejor amiga de toda la vida pasó a ser una conocida a quien saludo a lo mucho, una vez al año. Pero la vida es así. Nada es permanente y el tiempo pasa y lo que vivimos con él.
Así como con el fin de algunas relaciones amorosas muchas veces nos invade ese silencioso sentimiento de culpa, también en el rompimiento de una amistad, es necesario dejarla atrás. Aunque algunas veces seamos nosotros los que con nuestras decisiones (inocentes o no) seamos los autores de su fin.
Todo está en confiar en el proceso de aprendizaje que vamos viviendo día a día. Cuando creemos en este, damos lugar a nuevas y enriquecedoras amistades y experiencias.
Lastimosamente, desde pequeños, nos enseñan a aferrarnos a relaciones y cosas materiales para sentirnos seguros, y nos toca aprender a soltar, y con el tiempo, a apreciar lo que nos deja lo que ya no está.
Lo mismo pasa en un matrimonio que se está por resquebrajar. Nunca he estado casada, pero he vivido de primera mano experiencias en las que dejar ir a una pareja significa perder todo el significado de la vida. Pero ese ya será otro tema.