Cuando los cardenales de la Iglesia católica entren el martes en el cónclave secreto para elegir al nuevo Papa, estarán siguiendo un ritual que data del siglo XIII, cuando las elecciones del Sumo Pontífice podían durar años y algunos cardenales llegaban a morir durante el largo proceso de selección.
El oscuro origen de los Cónclaves Papales
El término cónclave, que proviene del latín y significa “bajo llave”, se refiere a la práctica de encerrar a los cardenales y alejarlos de los ojos del mundo para permitirles elegir a un nuevo Papa sin interferencia del exterior.
Los 115 cardenales electores desaparecerán de la vista del público el martes para votar en la Capilla Sixtina a un sucesor del papa Benedicto XVI y erigirlo como líder de los 1.200 millones de católicos de todo el mundo.
Si se consideran los cónclaves de los últimos 100 años como guía, es de esperar que la fumata blanca -que indica que la decisión ha sido tomada- emerja de la chimenea del Vaticano unos días después de iniciado el ritual.
Aunque no siempre ha sido tan sencillo
La elección de Gregorio X en septiembre de 1271, en momentos en que la Iglesia estaba sumida en profundas divisiones políticas, se produjo después de casi tres años de deliberaciones en la ciudad de Viterbo, unos 85 kilómetros al norte de Roma.
Después de dos años sin definición, los pobladores locales iniciaron una ola de disturbios, retirando el techo del palacio en el que los cardenales estaban reunidos -supuestamente para permitir que el Espíritu Santo los alcanzase- y cortaron sus suministros de comida para empujarlos a tomar una decisión.
Príncipes de la Iglesia
Las condiciones fueron tan complicadas que dos cardenales murieron y un tercero tuvo que abandonar el cónclave por problemas de salud antes de que los restantes “príncipes de la Iglesia” finalmente escogieran a Gregorio X.
El nuevo pontífice estaba decidido a que ese calvario no volviera a producirse jamás. Por eso, en 1274 dictaminó que en el futuro los cardenales deberían permanecer encerrados en una habitación individual, con un baño adyacente, en el palacio papal, en los 10 días posteriores a la muerte de un Papa.
Después de tres días
Si no era elegido un nuevo Sumo Pontífice, se les serviría sólo un plato para el almuerzo y para la cena, en lugar de dos. Después de cinco días, sólo recibirían pan, agua y un poco de vino hasta que llegaran a una decisión.
El valor de las nuevas reglas fue destacado cuando en 1294 llevó más de dos años designar al nuevo líder de la Iglesia.
El punto de estancamiento sólo fue superado cuando el cardenal italiano Latino Malabranca declaró que un supuesto santo ermitaño, Pietro Del Morrone, había profetizado castigo divino para los electores que fracasaran por mucho tiempo a l hora de escoger un nuevo Papa.
Los cardenales preocupados acordaron votar por el santo ermitaño y finalmente Morrone, a sus 80 años, superó su asombro decidiendo que era un designio de Dios. Entró en la ciudad central italiana de L’Aquila montado a un burro para ser nombrado Celestino V.
Benedicto XVI
Pero el cargo papal no le ajustó al ex ermitaño, quien renunció apenas unos meses después y se convirtió en el último Papa en dejar voluntariamente el puesto hasta que Benedicto XVI siguió su ejemplo en febrero pasado.
Gregorio XI renunció contra su voluntad en 1415, para terminar con una disputa con un rival que reclamaba la Santa Sede, y es el último pontífice en dejar su cargo por cualquier causa antes que Benedicto XVI.
La última decisión de Celestino V fue restaurar las reglas del cónclave de 1274, que incluían una prohibición estricta de comunicación para los cardenales electores, con la que el Vaticano ha tratado de mantener el secreto de las elecciones papales hasta la actualidad.
Cronología de los cónclaves de los últimos siglos
Keith Weir | reuters.com