Una vieja historia cuenta que un pobre hombre que pedía limosna para poder darle de comer a su familia, golpeó la puerta de una enorme mansión, donde fue muy bien recibido e invitado a compartir la cena con la gente de la casa.
La Campanita
De la comida, participaban otros mendigos y forasteros además de los dueños de casa. Para cada plato, desde la entrada hasta el postre, el anfitrión hacía sonar una pequeña campanita de cristal y los mozos aparecían con los deliciosos platos.
Al final de la comida, el dueño de casa ofreció a los invitados llevarse alguno de los elementos que allí se veían. Todos optaron por cubiertos de plata o elementos parecidos, pero nuestro conocido pidió la campanita de cristal.
Al llegar a su hogar ordenó a su esposa preparar la mesa para comer.
«Pero no tenemos nada de alimento en casa. ¡Esperaba tu llegada para que me dieras algunas monedas para ir al mercado!» –dijo la mujer sorprendida.
«Sólo te pido que coloques los cubiertos, mi querida. Lo demás queda en mis manos. ¡Tengo una sorpresa para ti!»
Ella, obedientemente, colocó todo en la mesa y llamó a los niños a comer. Nuestro pobre hombre se sentó y con mucho cuidado desenvolvió la campanita que estaba guardada en su bolsillo. Audazmente la hizo sonar y esperó.
«¿Qué estás haciendo?» –preguntó la esposa.
Entonces el hombre procedió a contarle todo lo vivido en la hermosa mansión, describiéndole los deliciosos manjares que aparecían en el comedor después de que la campana sonaba.
«Mi querido esposo» dijo la mujer con paciencia, «la campana funciona cuando tienes preparado de antes lo que servirás. Tu rico anfitrión trabajó muy duro para ganar la fortuna que le permitió contratar empleados que compran y preparan la comida para él. Hay mucha energía invertida para lograr ese asombroso resultado. Nada se logra sin esfuerzo».
Si deseamos entender mejor el propósito de la vida como seres individuales y como pueblo, debemos invertir esfuerzo si queremos obtener algo a cambio.
Como dice el refrán: «De acuerdo al esfuerzo así es la paga».