¿Qué fue el Milagro de la lágrima? ¿Qué ocurrió exactamente el 17 de marzo de 1489 en el Barranco de Lloixa, a caballo entre las localidades de Sant Joan y Alicante, para que el mismísimo Papa pusiera los ojos -y la benevolencia- en sus insensatos súbditos?
Crónica – Una lágrima hecha milagro – Milagro de la Lágrima
La leyenda hecha historia —o la historia hecha leyenda— narra cómo el bueno de Mosén Pedro Mena, no considerando toda la grandeza que atesoraba aquella tela romana que ofreciera al sencillo párroco de un pueblo rural el Sagrado Lienzo ensangrentado.
«Para que su tierra pudiese guardar una divina ofrenda que reconcentrase sus elevados sentimientos y fuese como remedio del mal en los embates de la vida», la guardó y olvidó durante un tiempo en una desvencijada arca, con el resto de su ropa de uso.
Y allí dentro, entre calcetines, togas y solideos, la Santa Faz comenzó a moverse a su libre albedrío, arriba y abajo, más que la maleta de Concha Piquer.
Cuando el buen hombre se percató de las andanzas vespertinas del sudario, «se juzgó indigno de ser su depositario, y lo llevó a la parroquia donde lo expuso al culto público». Allí esperó, latente, la venida de una gran sequía.
El otoño de 1488 y el invierno de 1489 fueron uno de los más secos que se recuerdan
Como relata el presbítero D. Gonzalo Vidal Tur, «se dejó ver una sequía tan tenaz que la miseria y el espanto formaban el pavoroso porvenir de aquellas gentes pobladoras de la Huerta».
Se esperaba una primavera sin hojas y sin flores, signo de la carencia de frutos en el próximo verano.
Mosén Pedro Mena propuso entonces a dos frailes franciscanos que moraban durante la Cuaresma en la Ermita de los Ángeles -Francisco Bendicho y Francisco Villafranca-, organizar una procesión de rogativas desde Sant Joan hasta el santuario donde ellos descansaban, implorando agua de lluvia para los secos campos.
Y así ocurrió
Comunicado el pensamiento a los vecinos del pueblo, la peregrinación se inició al amanecer del día 17. El párroco cedió su puesto de honor a uno de los franciscanos, y así pudo ordenar y dirigir tranquilamente a la muchedumbre que cantaba el Rosario y los Salmos Penitenciales.
«Marchaban con mucha devoción y recogimiento» escriben las crónicas, «cuando después de haber caminado un cuarto de legua, al llegar al pequeño barranco de Lloixa, el portador de la Santa Faz sintió tal peso en los brazos que no pudo tenerlos en alto, y quedando sin movimiento en los pies, empezó a dar voces de ‘¡Socorro!’
Paró la procesión con esta novedad, y mientras la gente rodeaba asustada la Sagrada Imagen, vieron todos que del ojo derecho de la reliquia salía una lágrima que, corriendo hasta la mejilla, se paró en ella y creció de manera que no sólo los circundantes, mas aún los que se hallaban apartados, la pudieron ver».
Entre los muchos asistentes que habían acudido a admirar el suceso, estaba D. Guillén Pascual, un acaudalado caballero alicantino perteneciente a la nobleza local. Él certificó la veracidad de lo ocurrido, tocando la lágrima con uno de sus dedos.
«Había confirmado el milagro, y dio testimonio de él todos los días de su vida. Obtuvo el apellido ‘de la Verónica’ en su recuerdo y portó siempre un dedal de plata en aquel dedo, por respeto y reverencia».
Pero aún hay más
D. Guillén era dueño de los terrenos testigos del prodigio celestial, y regaló las tahúllas para que la municipalidad erigiese allí un Monasterio Verónico: nuestro actual Monasterio de la Santa Faz.
Y bien pensamos, llegados a este punto, que también es mala suerte que el milagro no se hubiera producido unos metros más al Sur, fuera del radio del barranco de Lloixa.
Más que nada, no me entiendan mal, porque hubo de ser coincidencia que se acabara construyendo el caserío allí mismo, en mitad de la nada pero expuesto a las inundaciones y correnteras a las que nos tiene acostumbrado el caprichoso clima de Alicante.
Y como prueba, la fatídica ‘Gota Fría’ del año 1982, que conmovió la pacífica existencia de los moradores de estas tierras y casi se lleva por delante, dirección al mar, a la propia reliquia.
«¿Qué ocurrió después?», se preguntarán ustedes
Y aquí la historia se vuelve algo más difusa. Unos dicen que la procesión continuó hasta Alicante, hasta el Santuario de Nuestra Señora de los Ángeles; otros, en cambio, dicen que regresó a su punto de origen, en Sant Joan.
De uno u otro modo, lo cierto es que toda la población de Alicante acudió presurosa a ser testigo de tanta maravilla.
«Incluso dos emisarios, enemigos irreconciliables y amenazados a muerte el uno contra el otro, se cruzaron en el trayecto, atándose en un abrazo de amistad que duró siempre». Una ‘Creu de Fusta’ recuerda aún hoy ese encuentro.
Aquel día, como pueden imaginar, la lluvia no llegó a la comarca. Para ser testigo de ella, nuestros ancestros tuvieron que esperar poco más de una semana, la llegada de un fraile de Valencia, un desaparecido Pino Santo, y dos milagros más. Pero esa es otra historia.
Según algunos escritores, Mosén Pedro Mena, párroco de Sant Joan, murió cuatro años después, a los 83 años; curiosamente, un 17 de marzo de 1493.
Esas mismas plumas, aseguran que su cuerpo está enterrado tras una lápida genérica ubicada en la Capilla del Rosario de la Iglesia de Sant Joan, en la que se puede leer una cita alusiva a su caridad hacia los pobres: ‘Quem Plangunt Pauperes’. Pero esos datos, a día de hoy, parecen incorrectos.
Sí sabemos, en cambio, que su arca soportó ataques berberiscos, forajidos, traslados, cimitarras e inclemencias atmosféricas&hellip pero sucumbió, silenciosa, ante el asalto y saqueo de la Iglesia el 26 de julio de 1936, durante la Guerra In-Civil Española. Los caminos del Señor han de ser inescrutables.
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