El Milagro de la Lágrima en Alicante: Historia y Legado de la Santa Faz

El Milagro de la Lágrima en Alicante: Historia y Legado de la Santa Faz, InfoMistico.com

A finales del siglo XV, concretamente el 17 de marzo de 1489, el tranquilo entorno del Barranco de Lloixa, entre las localidades de Sant Joan d’Alacant y Alicante, fue testigo de un suceso que, durante siglos, resonó con fuerza en la memoria colectiva de la comarca.

Santa Faz de Alicante: Fe, historia y el milagro que marcó una comunidad

En aquel entonces, una sequía persistente asolaba los campos y los temores se cernían sobre las cosechas. El humilde párroco de Sant Joan, Mosén Pedro Mena, y dos frailes franciscanos —Francisco Bendicho y Francisco Villafranca— habían convocado una procesión para implorar la llegada de la lluvia.

El objetivo era trasladar una reliquia sagrada, conocida como el Sagrado Lienzo o la Santa Faz, desde la parroquia local hasta la Ermita de los Ángeles, donde aquellos religiosos residían temporalmente.

El milagro de la lágrima: un amanecer inolvidable en 1489

Así, cuando al alba del 17 de marzo partieron desde Sant Joan, nadie imaginaba la magnitud de lo que estaba por ocurrir.

Poco después de recorrer un corto trecho, al llegar a un pequeño barranco llamado Lloixa, el franciscano que portaba la Sagrada Reliquia notó un peso inusitado en sus brazos. Tanto él como el resto de participantes en la peregrinación se detuvieron desconcertados.

Fue entonces cuando, ante la mirada atónita de la muchedumbre, del ojo derecho de la imagen sagrada brotó una lágrima que corrió por la mejilla del lienzo. La multitud, asombrada, presenció el instante en el que aquella gota crecía hasta ser visible no sólo para los más cercanos, sino también para quienes se encontraban algo apartados.

Sin embargo, el suceso no se limitó a la contemplación pasiva. Un caballero notable, D. Guillén Pascual, acreditado miembro de la nobleza local, presenció el fenómeno y, en un acto de audacia y reverencia, tocó aquella lágrima con su dedo, certificando la autenticidad del milagro ante la multitud.

Significado religioso y transformación social del evento

De acuerdo con la historiadora Dra. Teresa Moncada, experta en religiones medievales, aquel evento no sólo tuvo relevancia espiritual sino también sociopolítica.

«La lágrima que brotó de la Santa Faz no sólo reforzó la devoción de la población, sino que generó un impacto profundo en la identidad colectiva. Este suceso fue interpretado como un signo de bendición divina, un mensaje de consuelo en medio de la adversidad», afirma Moncada.

Por su parte, el historiador Dr. Manuel Soriano, especialista en la historia de la Comunidad Valenciana, destaca que «la intervención del Papa y el reconocimiento posterior hacia aquella reliquia convirtieron este hecho en un punto de inflexión en la religiosidad popular de Alicante. La Santa Faz trascendió la anécdota y se consolidó como símbolo identitario».

Hasta ese momento, la comarca padecía una de las peores sequías de las que se tuvieran memoria. Los agricultores habían perdido la esperanza y temían un verano sin frutos. Mosén Pedro Mena, consciente de la fragilidad humana ante los ciclos naturales, había propuesto aquella procesión como último recurso. El acontecimiento del 17 de marzo de 1489 sería narrado durante décadas en sermones, relatos orales e incluso en crónicas escritas.

Estas versiones, llenas de matices y posibles exageraciones, se entretejen con la verdad histórica, creando una amalgama entre mito y realidad que perdura hasta nuestros días.

Por otro lado, el suceso no concluyó con la lágrima en sí misma. La posterior donación de las tierras del Barranco de Lloixa por parte de D. Guillén Pascual para la construcción del futuro Monasterio de la Santa Faz marcó el paisaje y la historia arquitectónica de la región.

De barranco aislado a epicentro de la fe: la construcción del monasterio

Según el archivista local, la Arq. Lucía Carrillo, quien ha dedicado años al estudio de los documentos relativos al milagro, las crónicas más cercanas a los hechos describen a la multitud sumida en un sobrecogedor silencio.

«Hay registros que indican cómo algunas personas, antaño enfrentadas a muerte, se reconciliaron en aquel instante, abrazándose frente a la imagen», explica Carrillo mientras revisa antiguos legajos en una sala climatizada del archivo municipal. Gracias a estos documentos, y a otros resguardados en dependencias eclesiásticas, se puede confirmar la magnitud del acontecimiento y la repercusión que tuvo en la cultura local.

En el plano material, la construcción del Monasterio de la Santa Faz —erigido con posterioridad sobre las tierras donadas por Pascual— dio un vuelco al entorno.

Según los relatos, aquel pequeño barranco, un lugar que entonces parecía el centro de la nada, terminó por convertirse en un punto neurálgico de peregrinación y devoción. Con el paso de los siglos, el monasterio resistió asedios, invasiones berberiscas y saqueos, incluida la asonada de la Guerra Civil española en 1936, que redujo a cenizas valiosos enseres y documentos.

De la misma forma, el monasterio, aún hoy, conserva su fisonomía histórica y mantiene su papel como lugar de culto y referencia espiritual.

La Santa Faz y su papel en tiempos de crisis

Durante los siglos posteriores al milagro, la fama de la Santa Faz se fue extendiendo. La reliquia, que originalmente había sido un regalo romano a Mosén Mena —según la leyenda—, pasó a ser venerada por toda la comarca y más allá.

En un contexto marcado por epidemias, guerras y sequías recurrentes, la Santa Faz constituía un signo tangible de la gracia divina. Con el tiempo, el Papa reconoció oficialmente su relevancia, hecho que incrementó la afluencia de fieles y curiosos durante las peregrinaciones anuales.

En la primavera de 1489, sin embargo, la lluvia no llegó inmediatamente a la región tras el milagro. Se cuenta que pasó más de una semana antes de que cayeran las primeras gotas. Algunas versiones sugieren que la llegada de un fraile proveniente de Valencia, del llamado «Pino Santo» y otros dos milagros posteriores, terminaron por colmar las esperanzas de aquellos campesinos atribulados.

No obstante, la memoria colectiva prefería retener la imagen conmovedora de la lágrima en la mejilla del lienzo, un signo que interpretaron como prueba del sufrimiento compartido entre lo divino y lo humano.

No faltaron quienes, con escepticismo, intentaron explicar el suceso bajo una óptica más terrenal. Algunas teorías posteriores —sobre todo a partir del siglo XIX— sugirieron que podría haberse tratado de un fenómeno de condensación o algún efecto óptico. Sin embargo, el fervor popular y los testimonios contemporáneos dejaron poco espacio al racionalismo de la época.

La robusta tradición oral, la devoción persistente y la solidez de la creencia local asediaron la lógica naturalista. Pese a la modernidad emergente, el milagro continuó siendo narrado en voz baja por las abuelas alicantinas, transmitiendo así la llama de la fe a las generaciones más jóvenes.

Mosén Pedro Mena: guardián de la reliquia y líder espiritual

Con todo, la figura de Mosén Pedro Mena es un punto crucial en esta historia. Si bien la tradición afirma que murió cuatro años después del milagro, el 17 de marzo de 1493, a la edad de 83 años, su tumba exacta no se ha podido confirmar con certeza.

Algunos relatos señalan su entierro en la Capilla del Rosario de la Iglesia de Sant Joan, bajo una lápida genérica que cita su caridad hacia los pobres: «Quem Plangunt Pauperes». Aunque las investigaciones modernas no han corroborado al cien por ciento este detalle, la presencia simbólica de Mena en la memoria colectiva permanece intacta.

Por otra parte, su figura se alza como un pilar moral, un hombre que guardó el lienzo sagrado entre ropas cotidianas y que, tras constatar su incomprensible movilidad, lo ofreció al culto público, consolidando así la devoción que se dispararía con el milagro de la lágrima.

En el contexto histórico del siglo XV, la religiosidad popular y la creencia en las reliquias gozaban de una relevancia difícil de comprender desde la perspectiva contemporánea. Aquella sociedad, marcada por la inestabilidad política, las enfermedades y la dependencia directa del clima, acogía con veneración cualquier indicio de intervención divina.

Por ello, el Milagro de la Lágrima no fue sólo un episodio pintoresco, sino un acontecimiento que reforzó la identidad de una comunidad enfrentada a la incertidumbre. De la misma manera, la Iglesia vio en este suceso una oportunidad para fortalecer la fe de los feligreses, afianzando así el poder espiritual de la institución en el ámbito local.

El impacto duradero del milagro en Alicante y su comarca

Con el paso de los años, el paisaje del Barranco de Lloixa fue cambiando, mientras el monasterio crecía en importancia y relevancia histórica. Aquella geografía, que muchos hubieran preferido un poco más al sur —para evitar inundaciones y crecidas típicas del impredecible clima alicantino—, terminó siendo el epicentro de un fervor religioso que duró generaciones.

Así, la ‘Creu de Fusta’ (Cruz de Madera) que aún hoy rememora el abrazo entre dos enemigos mortales que se reconciliaron al encontrarse durante la procesión, se convirtió en símbolo de paz, restauración del orden social y concordia entre vecinos.

A pesar de ello, las adversidades naturales no dejaron de manifestarse. La trágica ‘Gota Fría’ de 1982 sirvió como recordatorio de la vulnerabilidad humana ante los elementos, amenazando incluso con arrastrar la reliquia hacia el mar. Este episodio contemporáneo, distante en el tiempo, no hizo más que reforzar el halo legendario que rodea al conjunto monástico.

El legado eterno de la Santa Faz

Desde una perspectiva académica, los esfuerzos de investigación y catalogación emprendidos por profesionales como la Dra. Moncada, el Dr. Soriano y la archivista Carrillo han contribuido a depurar la leyenda. Al confrontar documentos antiguos, análisis teológicos y testimonios indirectos, se ha ido puliendo el grano de la realidad histórica del mito popular.

Sus hallazgos, consultables en la actualidad, ayudan a entender mejor el contexto cultural del suceso, el rol de la Iglesia y las reacciones de la sociedad campesina de aquel entonces. Este rigor ha abierto la puerta a nuevas lecturas, permitiendo apreciar el Milagro de la Lágrima como un fenómeno complejo, en el que fe, política, tradición y geografía se entrelazan.

En definitiva, el Milagro de la Lágrima ocurrido en 1489 se convirtió en un punto de referencia para la espiritualidad de Alicante y Sant Joan. La devoción que suscitó dio lugar no sólo a la construcción de un monasterio verónico en tierra de nadie, sino también a una forma de entender la relación entre lo humano y lo divino.

Aunque la lluvia tardó en llegar, el impacto simbólico de aquella lágrima fue inmediato y duradero. La reliquia, las tierras donadas, las procesiones posteriores, la aprobación papal y las futuras generaciones que crecieron con esta historia en la memoria, conformaron un legado que persiste en la actualidad.

De igual manera, esta tradición puede rastrearse en testimonios escritos, referencias locales y archivos históricos, como los conservados en Alicante.es o en catálogos eclesiásticos, ofreciendo a los investigadores un amplio campo donde el pasado y el presente dialogan sin cesar.

La Santa Faz: Entre la fe y la memoria, un legado de resiliencia colectiva

Tras la consolidación del Monasterio de la Santa Faz, las peregrinaciones anuales multiplicaron la afluencia de fieles y curiosos. A través de las generaciones, las narraciones orales se entretejieron con documentos históricos que, aunque a menudo escuetos, brindaron sustento a la creencia colectiva.

La memoria del Milagro de la Lágrima no fue estática; cada nueva época reinterpretó el suceso según sus propias inquietudes y contextos. Ni siquiera la destrucción parcial de la iglesia durante la Guerra Civil española logró extinguir la resonancia espiritual del acontecimiento, que sobrevivió en la fe popular y en el imaginario colectivo de Alicante.

En última instancia, el Milagro de la Lágrima encarnó el anhelo ancestral de la comunidad por la protección divina en tiempos de crisis. Un anhelo que, más allá del escepticismo moderno, se insertó en las venas mismas de la tradición alicantina.

Aquella lágrima, testigo de la sequía, de la impotencia humana y de la unidad frente a la adversidad, se erigió en emblema de resiliencia. Y así, a través del tiempo, la Santa Faz permanece como un eco del pasado, latente en cada piedra del monasterio, en cada plegaria entre sus muros y en la memoria viva de los descendientes de aquellos que presenciaron aquel inolvidable amanecer de marzo.

En contraste, su huella pervive como testimonio de la compleja relación entre fe, historia y paisaje, recordándonos que incluso en la duda, las creencias pueden forjar una identidad colectiva inquebrantable.


Mike Rivero – Infomistico.com