En marzo de 2013, el Papa Francisco remitió una carta al Padre Adolfo Nicolás, líder de la Compañía de Jesús, expresando su aprecio por el apoyo ofrecido tras su elección. El texto resaltó el servicio incondicional a la Iglesia y el carisma ignaciano. Este intercambio epistolar, ocurrido pocos días después del nombramiento papal, reforzó los lazos entre el nuevo Pontífice y la orden jesuita.
El significado de la carta del Papa jesuita a la Compañía de Jesús
Durante los primeros días posteriores a su elección, el Papa Francisco transmitió una carta al entonces Prepósito General de la Compañía de Jesús, el Padre Adolfo Nicolás.
El texto, fechado el 16 de marzo de 2013, respondió al mensaje inicial que Nicolás le había enviado tras conocerse la elección del primer jesuita como Sumo Pontífice. Este intercambio epistolar marcó un hito simbólico en la relación entre el nuevo Vicario de Cristo y la orden a la que él mismo había pertenecido antes de su ordenación episcopal.
Un momento histórico para la Iglesia
La elección de Jorge Mario Bergoglio como Papa supuso un cambio en la historia de la Iglesia católica. Se trató del primer Pontífice de origen latinoamericano y el primero perteneciente a la Compañía de Jesús, congregación reconocida por su énfasis en la educación, la justicia social y el diálogo intercultural.
Aquella semana, la atención mundial se centraba en las señales que ofrecería el nuevo líder de la Iglesia: su cercanía, su sencillez y su deseo de reformar las estructuras eclesiales ya se vislumbraban en su trato con fieles y representantes de distintas tradiciones religiosas.
El contenido íntegro de la carta
En la misiva dirigida al Padre Adolfo Nicolás, el Papa Francisco expresó sus sentimientos con un tono cercano y pastoral. El texto original de la carta decía:
“Querido Padre Nicolás
Con sumo gozo, he recibido la amable carta que, con ocasión de mi elección a la Sede de San Pedro, ha tenido a bien enviarme, en nombre propio y de la Compañía de Jesús, y en la que me participa su oración por mi Persona y ministerio apostólico, así como su plena disposición para seguir sirviendo incondicionalmente a la Iglesia y al Vicario de Cristo, según el precepto de San Ignacio de Loyola.
Le agradezco cordialmente esta muestra de aprecio y cercanía, a la que correspondí complacido, pidiendo al Señor que iluminara y acompañara a todos los Jesuitas, de modo que, fieles al carisma recibido y tras las huellas de los santos de nuestra amada Orden, pudieran ser con la acción pastoral, pero sobre todo, con el testimonio de una vida enteramente entregada al servicio de la Iglesia, Esposa de Cristo, fermento evangélico en el mundo, buscando infatigablemente la gloria de Dios y el bien de las almas.
Con estos sentimientos, rogué a todos los Jesuitas que rezaran por mí y me encomendaran a la amorosa protección de la Virgen María, nuestra Madre del cielo, a la vez que, como prenda de abundantes favores divinos, les impartí con particular afecto la Bendición Apostólica, que extendí a todas aquellas personas que cooperaran con la Compañía de Jesús en sus actividades, se beneficiaran de sus obras de bien y participaran de su espiritualidad.”
Un mensaje que inspiró a la orden
La respuesta papal se interpretó entonces como un símbolo del papel decisivo que la Compañía de Jesús tendría en la nueva etapa de la Iglesia.
Francisco, al subrayar el “servicio incondicional” al Vicario de Cristo y la plena fidelidad al carisma ignaciano, confirmó las raíces espirituales y pastorales que nutrían su propio ministerio. Este gesto también reforzó la línea histórica de los jesuitas, caracterizada por la entrega a la misión evangelizadora, la innovación educativa y la cercanía a los más necesitados.
Ecos y contexto global
En aquellos días, la opinión pública registraba referencias a antiguas profecías —como la del llamado “Papa Negro” atribuida a San Malaquías o las especulaciones inspiradas en Nostradamus—, pero la realidad se impuso con la llegada de un Pontífice dispuesto a enfatizar la misericordia, la sencillez y el compromiso con la justicia social.
La carta, al divulgarse públicamente, confirmó la voluntad del Papa de sostener un diálogo fluido con las órdenes religiosas y de continuar el legado ignaciano en la vida cotidiana de la Iglesia.
Un camino compartido hacia el futuro
Al final, el Papa Francisco pidió la oración de los jesuitas y su intercesión ante la Virgen María.
Esta petición selló el mensaje con un aire de reciprocidad espiritual. La carta no fue solo un mero acto protocolario, sino un recordatorio del origen común y la visión compartida entre el Vicario de Cristo y una de las comunidades más influyentes del mundo católico.
Para mayor información, el contexto histórico de la elección papal puede consultarse en Vatican News y la misión contemporánea de la Compañía de Jesús se documenta en Jesuits Global.