Bután se destaca por su equilibrio entre tradición budista y modernidad. Aunque el budismo impregna todos los aspectos de la vida, la religión no se enseña en las escuelas, reservándose al ámbito familiar. El país prioriza la sostenibilidad ambiental, manteniendo el 60% de su territorio bajo bosques y regulando el turismo para preservar su cultura y naturaleza. La política de retiro obligatorio asegura un relevo generacional continuo, mientras la economía se basa en la agricultura y la venta de energía hidroeléctrica.
Bután: Cómo la educación Laica y el Budismo coexisten en un país sostenible
Bután, enclavado entre montañas imponentes y arropado por densos bosques, se presenta como un reino fascinante donde el budismo, más que una doctrina, se convierte en un modo de vida que todo lo impregna.
Esta nación del Himalaya es célebre por priorizar la felicidad de sus habitantes, pero también por colocar la sostenibilidad ambiental y la preservación cultural en el centro de sus políticas. Lo más sorprendente es que, pese a su profundo fervor religioso, la enseñanza de la fe en las escuelas no forma parte de la educación formal.
A diferencia de muchos países en los que la formación religiosa figura de manera explícita en el currículo, Bután opta por mantener la religión fuera de las aulas y reservarla al ámbito familiar y comunitario. No obstante, su sociedad permanece fuertemente vinculada a prácticas y valores budistas que se reflejan en la ropa tradicional, los templos y las costumbres diarias.
Una arraigada devoción budista
La primera impresión que cualquier visitante percibe al recorrer las provincias butanesas es la omnipresencia de monasterios, stupas y banderas de oración ondeando al viento.
Los rituales espirituales marcan el ritmo de la jornada, desde la manera de encender inciensos hasta el trato respetuoso que se dispensa a los animales. Así mismo, la arquitectura tradicional y las coloridas vestimentas —el gho para los hombres y la kira para las mujeres— reafirman la identidad nacional.
Mientras tanto, esa atmósfera piadosa se vive con naturalidad en calles y campos, mezclando devoción y actividades cotidianas. Abundan los murales de Buda y las ruedas de oración a lo largo de los caminos, con el objeto de que quienes pasen se acerquen a girarlas según la tradición. Sin embargo, los niños aprenden estos valores y prácticas religiosas esencialmente en casa, a través del ejemplo de sus progenitores y las enseñanzas transmitidas de generación en generación.
Religión fuera de las aulas
La ausencia de religión en el currículo escolar no significa un desinterés por la cultura budista. Más bien supone una clara separación entre el aprendizaje laico y la enseñanza espiritual.
De hecho, los padres butaneses suelen ser muy activos a la hora de inculcar en sus hijos los principios que consideran más importantes: compasión, amabilidad y respeto. Este compromiso familiar reduce la necesidad de incluir una materia específica de carácter religioso en la educación pública.
No obstante, el hecho de que el budismo no esté institucionalizado dentro de los colegios no impide que la espiritualidad impregne la vida de los estudiantes. Las celebraciones y festivales budistas, como el Tsechu, tienen lugar con gran arraigo y forman parte esencial del calendario festivo nacional.
En muchas ocasiones, los alumnos participan en actividades culturales y ceremonias colectivas, pero mantienen sus estudios centrados en asignaturas como matemáticas, ciencias y letras, alineadas con los avances académicos globales.
Un modelo de sostenibilidad
Por otro lado, Bután se distingue a nivel mundial por su firme apuesta por la protección de la naturaleza. Su Constitución obliga a que al menos el 60% del territorio permanezca bajo bosques, y la cumbre del poder político debe renovarse antes de los 65 años, incluido el rey. Dicho esto, el país promueve así una visión de futuro que fomenta el relevo generacional y evita el estancamiento.
En sintonía con esta mentalidad ecológica, la escalada en las montañas más altas está prohibida para minimizar el impacto ambiental y preservar el caudal de los ríos que alimentan al sector agroganadero. Igualmente, la comercialización y consumo de tabaco están fuertemente restringidos, aunque, curiosamente, la oferta de cervezas artesanales es variada y goza de popularidad entre los jóvenes.
Retos y perspectivas
Aun así, Bután encara desafíos propios de la modernidad. Uno de ellos es la progresiva introducción de teléfonos celulares y televisión, lo cual ha alimentado un incipiente consumismo en las ciudades. Asimismo, existe una minoría hindú de origen nepalí asentada en el sur que ha vivido tensiones sociales en el pasado, los llamados lotshampa.
Actualmente, el gobierno hace esfuerzos por integrar a estas comunidades y procurar una coexistencia pacífica.
De igual forma, los sueldos medios rondan los 400 dólares mensuales, por lo que la economía de subsistencia, basada en agricultura y ganadería, resulta predominante en gran parte del territorio. La tecnología y el turismo —segunda fuente de ingresos del país— se han ido extendiendo poco a poco, pero se controlan mediante la exigencia de un guía local que acompaña a los visitantes para moderar el impacto cultural y ambiental.
El imprescindible legado cultural
En definitiva, Bután ejemplifica un modelo singular donde tradición, fe y modernidad conviven con asombroso equilibrio.
La cultura budista, lejos de imponerse en espacios públicos, se transmite mediante el ejemplo y la vida familiar. Y aunque el país experimenta los retos de la globalización, procura mantener un plan gubernamental sostenible que refuerce la identidad butanesa en cada rincón.
El firme compromiso con la felicidad nacional —conocido mundialmente como la “Felicidad Nacional Bruta”— ha servido de referencia para otras naciones que buscan medir el bienestar más allá de los indicadores económicos. Este pequeño reino, con sus ríos que diferencian entre machos y hembras según su caudal, y con su peculiar política de retiro obligatorio, se alza como un faro de diversidad cultural y responsabilidad con el entorno natural.
Por último, el panorama butanés ilustra un caso extraordinario de convivencia pacífica entre la modernidad y la preservación de costumbres ancestrales. En un mundo cada vez más homogéneo, Bután invita a reflexionar acerca de la posibilidad de avanzar tecnológicamente sin sacrificar la esencia misma de la cultura ni las convicciones espirituales, todo ello sin imponer la religión en la escuela.
Tal es la fuerza de un país que, con modestos recursos, hace de su fe y de su respeto por la naturaleza la base de su estabilidad social y de su constante búsqueda de la felicidad.
Mike Rivero » Turismo Espiritual y Místico en Asia