«Baruj», más que una simple bendición, es el reconocimiento de Dios como fuente de todo en el judaísmo. Al bendecir, no sólo alabamos; recordamos y agradecemos las dádivas divinas que llenan nuestras vidas de significado y conexión.
Bendición después de la comida: Práctica de agradecimiento
Dentro de las múltiples bendiciones en el judaísmo, surge la emblemática frase «Baruj».
Aunque traducida literalmente significa «bendito», no estamos, como podría parecer a simple vista, bendiciendo a Dios continuamente. ¿Acaso el Creador necesita nuestras alabanzas?
Aquí viene el quid del asunto: Baruj y bereija, que significa fuente (específicamente donde fluye el agua), comparten raíces lingüísticas.
Al mencionar la bendición, estamos reconociendo que todo en la existencia proviene de una fuente: Dios. Por tanto, más que una alabanza, es un reconocimiento. Es un recordatorio de que Dios es la fuente primordial de nuestras vidas, incluso de la comida que ingerimos.
Así, cuando pronunciamos la Bendición Después de la Comida o bentching, estamos admitiendo y valorando que lo que consumimos es una dádiva divina. Y es este reconocimiento el que nos llena de alegría y gratitud. Pero aclaremos algo:
Dios no necesita escuchar nuestros agradecimientos, somos nosotros quienes necesitamos expresarlos. La comida, en este contexto, se convierte en un puente que nos conecta con lo trascendental.
Conexión y gratitud: La esencia de las tradiciones judías
Al llegar el Shabat, el Iom Tov, o en otras festividades, previo al bentching se canta el Shir Ha-ma’alot, un salmo de la autoría del Rey David que conmemora el retorno del Pueblo Judío de su exilio a la Tierra Prometida. Y aunque existen melodías tradicionales para ello, es un himno tan versátil que, si desconoces las tradicionales, cualquiera que provenga de tu corazón será válida. Dios, después de todo, entiende el lenguaje del alma y todos los idiomas terrenales.
Y justo antes de este acto de gratitud, se realiza una pequeña ceremonia: Maim Ajaronim, el lavado de las yemas de los dedos. Imagina acercarte a un objeto de inmenso valor: una pieza de arte, un recién nacido…
Antes de tocarlo, te aseguras de que tus manos estén limpias. Así, con Maim Ajaronim, reconocemos que antes de conectar y agradecer a Dios, necesitamos purificarnos.
En esta sencilla pero profunda tradición, se puede visualizar la esencia de la humanidad: reconocer, agradecer y conectarse. Y, aunque existen utensilios específicos para la ceremonia, su verdadero valor radica en el acto, no en el objeto.
Porque, al final del día, todo lo que se requiere es un vaso, agua y un corazón dispuesto a agradecer.