Desde que tengo memoria, el Movimiento Scout marcó una parte significativa de mi niñez. Bajo su manto, aprendí valores que han perdurado en el tiempo, como la trascendencia de la «Buena Acción», un acto noble que se espera realizar diariamente.
Aprendizajes y desafíos: Mi trayectoria en el movimiento Scout
Ya sea algo tan sencillo como recoger un papel y depositarlo en la papelera o ayudar en los deberes del hogar; desde cuidar nuestro entorno natural hasta asistir a una persona mayor en su travesía por la calle. Me sentía pleno cada vez que lograba cumplir con estas misiones diarias.
Sin embargo, un día mientras recorría las calles de mi vecindario y me encontré con una imagen que me removió el alma: un perro herido, víctima de la indiferencia de un conductor, yacía inmóvil, sus patas traseras rotas y una confluencia de vehículos amenazando con acabar con su ya deteriorada existencia.
Llamado de la conciencia
Ahí estaba, frente a mí, una oportunidad cristalina para llevar a cabo esa «Buena Acción» que tanto pregonaba como Scout.
Decidido, interrumpí el flujo de tráfico y me dispuse a auxiliar a la criatura lastimada. A pesar de no tener experiencia previa, confiaba en las enseñanzas de mi «Manual Scout» que brindaba directrices sobre cómo inmovilizar lesiones.
Sin embargo, mientras me acercaba con toda la intención de socorrerlo, el perro, en su dolor y miedo, me mordió. Aunque me trataron inmediatamente para evitar complicaciones de rabia, la desazón que sentí tras ese acto no pudo ser aliviada con ninguna vacuna.
Fue un golpe directo a mi inocencia. Me cuestioné cómo era posible que, intentando hacer el bien, me encontrara con semejante respuesta. No quería ser un agresor para ese perro, al contrario, aspiraba a ser su protector y aliado.
El dolor oculto tras la agresión
Años pasaron antes de que una epifanía me mostrara la verdad detrás de aquel acto. No fue el perro el que me agredió, fue su dolor, su trauma. Y así, comprendí que aquellos que nos hieren no necesariamente lo hacen por maldad, sino que reflejan las heridas que cargan en su ser.
Por ello, cuando te enfrentes a la ira, al rechazo o a la crítica de otro, no lo veas como un ataque personal. En lugar de ello, busca comprender el origen de su dolor y en vez de responder con más agresión, ofrece empatía, entendimiento y, si está en tus manos, ayuda.